«Como aquel día de Pentecostés, el Espíritu Santo es derramado continuamente también hoy sobre la Iglesia y sobre cada uno de nosotros  para que salgamos de nuestras mediocridades y de nuestras cerrazones y comuniquemos al mundo entero el amor misericordioso del Señor. Comunicar el amor  misericordioso del Señor: ¡Esta es nuestra misión!», ha dicho el Papa Francisco este día de Pentecostés durante el rezo del Regina Coelli en la Plaza de San Pedro.

Francisco afirmó que esta fiesta nos hace revivir los inicios de la Iglesia, tal como se lee en el libro de los Hechos de los Apóstoles que narra que, cincuenta días después de la Pascua, en la casa donde se encontraban los discípulos de Jesús, “vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento (…) y todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (2,1-2).

El Papa explicó que gracias a esta efusión los discípulos fueron transformados completamente, puesto que el miedo dejó lugar al coraje, la cerrazón al anuncio y toda duda fue disuelta por la fe llena de amor. Es el “bautismo” de la Iglesia – dijo el Santo Padre – que de este modo comenzaba su camino en la historia, guiada por la fuerza del Espíritu Santo.

Y recordó que aquel evento, que cambia el corazón y la vida de los Apóstoles y de los demás discípulos, se repercute inmediatamente fuera del Cenáculo, porque la puerta mantenida cerrada durante cincuenta días, finalmente es abierta de par en par, y la primera Comunidad cristiana, ya no replegada sobre sí misma, comienza a hablar a la muchedumbre de diversa procedencia de las grandes cosas que Dios ha hecho, es decir, de la Resurrección de Jesús, que había sido crucificado.

Por esta razón el Obispo de Roma dijo que el don del Espíritu restablece la armonía de las lenguas que se había perdido en Babel y prefigura la dimensión universal de la misión de los Apóstoles. De modo que la Iglesia nace universal, una y católica, con una identidad precisa pero abierta, que abraza al mundo entero, sin excluir a nadie.

Esta efusión del Espíritu Santo en el corazón de los discípulos – dijo también el Papa – es el inicio de una nueva estación: la estación del testimonio y de la fraternidad. Una estación que viene de Dios, como las lenguas de fuego que se posaban sobre la cabeza de cada discípulo. A la vez que recordó que también hoy el Espíritu Santo es derramado continuamente sobre la Iglesia y sobre cada uno de nosotros  para que salgamos de nuestras mediocridades y de nuestras cerrazones y comuniquemos al mundo entero el amor misericordioso del Señor, porque como exclamó Francisco: ¡Esta es nuestra misión!

Por último, el Pontífice pidió que nos encomendemos a la materna intercesión de María Santísima, que estaba presente como Madre en medio de sus discípulos en el Cenáculo, a fin de que el Espíritu descienda abundantemente sobre la Iglesia de nuestro tiempo, colme los corazones de todos los fieles y encienda en ellos el fuego de su amor.

 

 

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