OCTAVO DÍA | Por Julián LÓPEZ AMOZURRUTIA |

«‘Laudato si’, mi’ Signore’ – ‘Alabado seas, mi Señor’, cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: ‘Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba'» (Laudato si’, n.1).

Así inicia la Encíclica que, «sobre el cuidado de la casa común», ha entregado el Papa Francisco, dirigiéndola «a cada persona que habita este planeta», comparándola de alguna manera con la Pacem in terrisde Juan XXIII que, además de hablar al mundo católico agregaba entre sus interlocutores a «todos los hombres de buena voluntad» (cf. n.3). La comparación no es indiferente. En aquella ocasión, el mensaje del beato Juan XXIII se ubicaba en el momento más álgido de la guerra fría, en la que se cernía sobre el mundo el peligro de una crisis nuclear. El problema aquí tratado incumbe también a todos los seres humanos, en un momento crucial.

El documento es extenso. Consta de una introducción y seis capítulos. Se ubica, como el mismo texto lo indica, en el ámbito del «Magisterio social de la Iglesia» (n. 15), una orientación específica de la enseñanza eclesial inaugurada por León XIII en la Rerum novarum. En ella confluyen aspectos de fe, filosóficos, científicos y coyunturales que, por lo mismo, exigen una lectura diferenciada, pero que muestran la pertinencia de que el ser humano -uno, finalmente- integre las diversas facetas de su vida. Si como evocando a Terencio Paulo VI podía decir que no hay nada humano que no encuentre eco en el corazón de la Iglesia, de manera semejante puede el Papa Francisco decir que «nada de este mundo nos resulta indiferente» (título de los nn. 3-6).

Esto significa que debe ser leída en referencia a un marco amplio, que a mi parecer no se reduce a la res socialis. El tema de la vida en general se vincula necesariamente con el de la vida humana, en el cual existe también una doctrina ampliamente desarrollada, destacando la Humanae vitae del beato Paulo VI y la Evangelium vitae de san Juan Pablo II.

La introducción muestra que la cuestión ecológica no ha sido ajena a la solicitud pontificia. Aparece una explícita mención de intervenciones de Paulo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Pero como nota original debe hablarse del reconocimiento que hace al aporte del Patriarca Ecuménico Bartolomé. Sobre ello abundó en la presentación del documento el Metropolita de Pérgamo Juan Zizioulas, reconocido teólogo ortodoxo:

«Como algunos de ustedes ya han de saber, el Patriarca Ecuménico fue el primero en el mundo cristiano en dirigir la atención de la comunidad mundial a la seriedad del problema ecológico y al deber de la Iglesia de expresar su preocupación y tratar de contribuir con todos los medios espirituales a su disposición a la protección del medio natural. Así, ya en el año 1989, el Patriarca Ecuménico Dimitrios dirigió una Encíclica a los fieles cristianos y a todas las personas de buena voluntad, en la que subrayó la seriedad del problema ecológico y sus dimensiones teológica y espiritual. A ello se siguió una serie de actividades, como conferencias internacionales de líderes religiosos y expertos científicos, así como seminarios para jóvenes, ministros de la Iglesia, etc., con los auspicios del actual Patriarca Ecuménico Bartolomé, buscando la promoción de una conciencia ecológica entre los cristianos en particular, y más ampliamente en la comunidad de hombres y mujeres» (Conferencia de Prensa de Presentación).

La citación del Patriarca Bartolomé en la Encíclica es por demás relevante, al señalar la misma línea que el Papa Francisco sigue sobre la responsabilidad humana en la debacle ecológica y la orientación ética que debe asumir su búsqueda de solución. «Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina; que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados» (Discurso en Santa Bárbara, California, 8.11.1997, citado en n.8). Contra ello, es necesario «pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, en una ascesis que ‘significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia'» (n.9, citando la Conferencia en el Monasterio de Utstein, Noruega, 23.06.2003).

Además de la referencia a sus predecesores y la inusitada al Patriarca Bartolomé -que hace del documento no sólo un texto ecológico, sino también de práctica ecuménica-, el Papa Francisco identifica su gran inspiración en el mismo santo del que tomó su nombre como pontífice. San Francisco de Asís «es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad… En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior» (n.10). «Su testimonio nos muestra también que una ecología integral requiere apertura hacia categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con la esencia de lo humano» (n.11).

Desde estas columnas lanza el Papa Francisco su diálogo franco y abierto, que no por ser manso deja de ser alarmante y urgente.

Artículo publicado el 26 de junio de 2015 en el blog Octavo Día de eluniversl.com.mx. Reproducido con permiso del autor. 

Por favor, síguenos y comparte: