La «Laudato sì, sobre el cuidado de la casa común» se abre con un muy fuerte llamado a rechazar «la violencia que existe en el corazón humano, herido por el pecado», que «también se manifiesta en los síntomas de una enfermedad que detectamos en los suelos, en «el agua, el aire y en los seres vivos». El cambio climático, el acceso al agua, los retos de conservación de la biodiversidad son «indispensables» para toda la humanidad. En la Biblia y en los Evangelios «la clave de lectura correcta: no somos dueños sino administradores de la creación».

La hermana tierra «clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura». Es el ataque de la Carta Encíclica «Laudato sì, sobre el cuidado de la casa común «, firmada por el Papa Francisco y hecha público hoy.

Una Encíclica larga y articulada que en seis capítulos hace una visión global sobre el tema de la ecología y sobre el camino a seguir para el respeto de la Creación. Pero al mismo tiempo, a raíz de la Pacem in Terris de Juan XXIII, también una llamada «dirigida a toda persona que vive en este planeta. Me propongo entrar en diálogo con todo el respeto a nuestra casa común» (n. 3). En la introducción al texto, el pontífice recordó el compromiso medioambiental de sus más recientes predecesores. Desde Pablo VI con el discurso a la FAO a Juan Pablo II, quien en su primera encíclica, «observó que el ser humano parece» no percibir ningún otro significado en su entorno natural, sino sólo aquellos que sirven al propósito de uso y consumo inmediato'» y luego» invita a una conversión ecológica mundial» (n. 5) que termina con Benedicto XVI. Justamente del Papa emérito Francisco toma un concepto que acompaña todo el texto: «Incluso el entorno social tiene sus heridas. Pero todos son causadas ​​básicamente por el mismo mal, esa es la idea de que no hay verdades indiscutibles para guiar nuestras vidas, que la libertad humana no tiene límites. Se olvida de que «el hombre no es solamente una libertad que se crea a sí misma. El hombre no se crea a sí mismo. Él es espíritu y voluntad, pero es también naturaleza'» (n. 6). Este hallazgo no es, sin embargo, sólo la preocupación de los cristianos: «No podemos ignorar que, incluso fuera de la Iglesia Católica, otras iglesias y comunidades cristianas – así como otras religiones – han desarrollado una profunda preocupación y una valiosa reflexión sobre estos temas que son queridos todos nosotros» (n. 7). Citado en particular, el «querido Patriarca Ecuménico Bartolomé, con quien compartimos la esperanza de la plena comunión eclesial» (n. 7).

La inspiración y ejemplo a seguir, como lo muestra el título, es San Francisco de Asís «ejemplo hermoso y motivador». En él «se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior» (n. 10). Con este telón de fondo, el Papa hizo un llamamiento: » Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos» (n. 14).

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