Por Julián LÓPEZ AMOZURRUTIA |
La visita fue breve. Intensa. Su lema, «mir vama», que es una invitación en bosnio a estar en paz, fue repetida con insistencia por el Santo Padre, especialmente ante los jóvenes. Su eco resuena, sin embargo, más allá de aquel rincón tan accidentado, referido con insistencia por los expertos en geopolítica. Y no por lo estratégica de su ubicación, ni por la peculiar elocuencia de las «periferias»de Francisco. Es que en aquel lugar se siguen juntando los caminos del mundo. Y el llamado a la paz tiene, así, repercusiones globales.
Su mensaje político ante las autoridades explicó el marco de la paz. «Para oponernos con éxito a la barbarie de los que toman ocasión y pretexto de cualquier diferencia para una violencia cada vez más brutal, tenemos que reconocer los valores fundamentales de nuestra humanidad común, los valores en virtud de los cuales podemos y debemos colaborar, construir y dialogar, perdonar y crecer, permitiendo que el conjunto de las voces forme un noble y armónico canto, en vez del griterío fanático del odio. Los responsables políticos están llamados a la noble tarea de ser los primeros servidores de sus comunidades con una actividad que proteja en primer logar los derechos fundamentales de la persona humana, entre los que destaca el de la libertad religiosa. De ese modo, será posible construir, con un compromiso concreto, una sociedad más pacífica y justa, para que con la ayuda de todos se encuentre solución a los múltiples problemas de la vida cotidiana del pueblo. Para ello, es indispensable que todos los ciudadanos sean iguales ante la ley y su aplicación, independientemente de su origen étnico, religioso y geográfico; así todos y cada uno se sentirán plenamente partícipes de la vida pública y, disfrutando de los mismos derechos, podrán dar su contribución específica al bien común».
En dos ocasiones el Papa entregó el discurso que llevaba preparado para hablar directamente. Ocurrió en sus encuentros con sacerdotes, religiosos y seminaristas, y luego con los jóvenes. Y entonces sus palabras adquirieron un tono muy personal. Grave y profundo, en el primer caso, tras los conmovedores testimonios de un sacerdote, una religiosa y un religioso que conocieron en carne propia la persecución; familiar y pedagógico, en el segundo, en medio de una alegría esperanzadora.
Con el primer grupo: «No tenéis ningún derecho a olvidar vuestra historia. No para vengaros, sino para hacer la paz… Retomar la memoria para hacer la paz. Algunas palabras se me han quedado grabadas en el corazón. Una, repetida: ‘perdón’. Un hombre, una mujer que se consagra al servicio del Señor y no sabe perdonar, no sirve».
Con el segundo: «Todo el mundo habla de la paz: algunas personas poderosas hablan y dicen cosas bonitas sobre la paz, pero por debajo venden armas. De vosotros espero honestidad, honestidad entre lo que pensáis, lo que sentís y lo que hacéis: las tres cosas juntas. Lo contrario se llama hipocresía… De vosotros, de esta primera generación de la posguerra, espero honestidad y no hipocresía. Unión, construir puentes, pero dejar que se pueda ir de una parte a la otra. Esta es la fraternidad».
En la rueda de prensa durante el vuelo de regreso una periodista le pidió que abundara sobre este punto. La respuesta del Papa fue congruente, sin chanfles ni indirectas. «Sí, existe la hipocresía, ¡siempre! Por eso dije que no es suficiente con hablar de paz: ¡hay que construir la paz! Y quien solamente habla de paz y no trabaja por ella está en contradicción; y quien habla de paz y promueve la guerra -por ejemplo, con la venta de armas- es un hipócrita. Es así de simple…
Es verdad que Sarajevo nos queda muy lejos. O tal vez no tanto.