Por Carmen Elena Villa | El pueblo católico |

Una vez, por medio de Facebook invité a un grupo de jóvenes a una conferencia que pensé que podría ser interesante para su formación. La respuesta fue casi inmediata. Las chicas le pusieron “me gusta”. Sin embargo, ninguna asistió a la charla. Por ello me pregunté ¿qué quisieron decir esos “me gusta”? “¿Me parece interesante el evento?”, “¿Trataré de ir?” ¿O quizás será una forma educada de decir “no voy” sin dejar de apreciar que haya mandado la invitación?

Desde ahí me ha venido inquietando esta manera tan sencilla y fugaz de comunicarse en las redes sociales, y me asombra cómo ese pulgar hacia arriba es capaz de reemplazar palabras y de ser hoy una referencia mundial para expresar, de manera amigable (pues los pulgares hacia abajo no existen en Facebook para evitar que sean motivo de peleas y rivalidades), nuestro parecer y dejarlo evidenciado en un muro, a la vista de centenares o quizás miles de amigos y muchas veces, de los amigos de los amigos.

En otra ocasión una usuaria anunció en el grupo de Facebook de su familia, que su vecino había fallecido. El aviso tuvo varios “me gusta”. ¿Qué quisieron decir?, ¿te gusta que se haya muerto? O, ¿gracias por avisar? Aquí hizo falta un comentario breve de parte de quienes hicieron click en este ícono. Un “lo siento mucho” o “paz en su tumba”, al menos.

Poner “me gusta” es el recurso de quien pasa largo rato viendo su Facebook y le falta tiempo o compromiso para responder a los post que le llamaron la atención. Una manera de hacerse presente, aunque el navegar tantas horas viendo fotos y leyendo comentarios, nos puede llevar a estar ausentes de la realidad que enfrentamos en nuestra cara.

Y este sencillo ícono se ha posicionado como una especie de termómetro que es capaz de medir el impacto de lo que genera un comentario. Quien postea algo lo hace porque quiere generar opinión, por eso, el acto seguido es ver cuántos “me gusta” tiene y emocionarse con esos “me gusta” inesperados de amigos o conocidos que pensamos que dejarían pasar desapercibida nuestra información.

El “me gusta” puede ser también motivo de noticia: “El detenido más guapo recibe 20.000 me gusta en Facebook”, decía un titular de prensa el viernes pasado.

Un ícono que resulta también revelador. El año pasado conocimos que un estudio realizado con 58.000 usuarios de Facebook arrojó que con solo dar “me gusta” podemos dar a conocer la información necesaria para que se sepa cómo es nuestra personalidad y así Facebook pueda suministrar publicidad adecuada a nuestros gustos, estabilidad, creencias religiosas, edad, etnia e incluso coeficiente intelectual y que incluso podría ser más efectiva que elaborados tests psicológicos.

Al preguntar qué quiere decir “me gusta” no estoy satanizando este recurso comunicativo pero sí creo que este no puede reemplazar las palabras. Con los “me gusta” puede que mantengamos el contacto pero no sé qué tanto podemos mantener el encuentro, ese que requiere un mayor esfuerzo, un mayor compromiso, un salir de mi mundo para entrar en el del otro, un diálogo en el que primen las palabras, los consejos, elementos que forjan verdaderamente una amistad, mucho más que los “me gusta”.

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