Por Fernando PASCUAL │
¿Por qué algunos creen? ¿De dónde viene ese “salto” que abre un mundo maravilloso ante los ojos del alma? ¿Todo depende de un Dios arbitrario que toca a algunos y deja a su suerte a otros? ¿O hay disposiciones y actos que ayudan a alcanzar una nueva visión de las cosas?
No es fácil dar con la respuesta adecuada, porque en quien cree se junta el don y la respuesta, la acción respetuosa de Dios y la libertad del hombre, la gracia y la razón.
La fe no es una teoría, ni el resultado de un razonamiento que permite suponer que todo será más fácil si uno acepta ciertas creencias. Es cierto sólo en parte lo que afirma en una novela la protagonista, Prudencia Prim: “la vida es mucho más sencilla y fácil de soportar cuando uno cree que no se acaba en un ataúd bajo tierra”.
Pero es más cierto lo que responde el misterioso hombre del sillón a Prudencia Prim: “Como creencia teórica puede ser un comodín durante un tiempo, sin duda alguna. Pero las creencias teóricas no salvan a nadie. La fe no es algo teórico, Prudencia. Una conversión es algo tan teórico como un disparo en la cabeza” (Natalia Sanmartín Fenollera, “El despertar de la señorita Prim”, pp. 257-258).
Sin embargo, para muchos, como para la protagonista de esa novela, la fe parece sumamente difícil, algo casi inasequible. ¿Cómo compaginar una mente acostumbrada al racionalismo o a lo que muchos llaman “mentalidad científica” con la aceptación de Jesús, muerto y resucitado? ¿Cómo entender que el Espíritu Santo vivifica los corazones en un mundo que prefiere las aspirinas al sacrificio?
A pesar de tantas dificultades, incluso entre quienes presumen de estar seguros desde su desenfadada aceptación del sinsentido de la vida, muchos desean encontrar un modo de abrirse al don de Dios. Entre esos muchos, lo han logrado y lo logran tantos conversos de todos los tiempos, que dieron el paso hacia la fe que compromete y salva.
Mientras algunos enarbolan banderas de ateísmo y presumen de las seguridades alcanzadas gracias a los progresos tecnológicos y científicos, sólo una fe auténtica acoge lo único que puede salvarnos: la acción palpitante y continua de Cristo en medio de la historia humana.