Por Fernando PASCUAL |
La creación es como una sinfonía que canta a Dios. En ella se unen jilgueros y vientos, montañas y mares, lluvias y estrellas, cetáceos y luciérnagas.
En esa gran sinfonía entra mi pobre voz. No es perfecta. Muchas veces desafina. Mis palabras son las de un pobre pecador.
Quiero y necesito invocar a Dios, como un alma que suplica misericordia y espera compasión. He pecado. Muchas veces. Lo confieso.
Me duele cantar de esa manera. Quisiera ofrecerle a Dios un corazón limpio y obras de amor verdadero. Pero me encuentro así, marchito, pobre, lleno de miserias.
Sin embargo, también Dios escucha mi voz, como escuchó a aquel hombre, que, en el fondo del templo, suplicaba: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!” (Lc 18,13‑14).
En el canto cósmico de tus creaturas, Señor, acoge la voz frágil y temerosa de este hijo tuyo, que tantas veces Te ha ofendido, y tantas veces ha recibido tu perdón.
Hoy quiero cantar tu fidelidad eterna. A pesar de mis debilidades, confío en tu Amor, que es eterno. Por eso canto y camino. Hago mías las palabras de uno de tus hijos, san Agustín, que experimentó, como yo, las profundidades del pecado y la maravillosa fuerza de tu misericordia…