Por Fernando PASCUAL |

 

¿Por qué es importante alcanzar un consenso? Porque suponemos que gracias al mismo resulta posible trabajar mejor. Pero, ¿es siempre así?

Una familia discute sobre el lugar de vacaciones. Unos prefieren playa, otros montaña, otros quedarse cerca, otros ir lejos. Empieza un diálogo para llegar a un consenso.

Un grupo de personas exponen sus diferencias en temas religiosos. Hay quien cree en un Dios único, otro en un Dios Uno y Trino, otro no cree en nada, otro… ¿Es posible el consenso?

Hay temas en los que resulta fácil concordar. Si tres contables que revisan las mismas cuentas llegan a resultados diferentes, a base de sumar y restar será posible llegar a un consenso completo.

El problema es que no todos los temas son como las matemáticas. Lo que se refiere a la vida ética, a la familia, al ambiente, a la economía, a la política, tiene tantas dimensiones, que resulta casi inevitable que haya opiniones contrapuestas.

Entonces algunos levantan la bandera del consenso con una excelente intención: si llegamos a un punto aceptable por todos (o al menos por la mayoría) lograremos buenos resultados.

El problema es que no siempre ese consenso coincide con lo bueno. Pensemos en un médico que propone una terapia muy original. Quizá las autoridades, por prudencia, desean retrasar su aplicación hasta que haya más investigaciones sobre sus efectos. Al mismo tiempo, los políticos pueden sentir la presión de algunos colectivos y de medios de comunicación para que más voluntarios puedan lanzarse a la aventura de esa posible terapia.

En un caso como el anterior, si el consenso público está a favor del experimento, la terapia empezará a ser aplicada a hombres y mujeres concretos. Si luego se descubre que era peligrosa y dañina, el consenso claramente arrastró a muchos a considerar como bueno lo que no lo era.

Es importante, por lo mismo, reconocer que hay consensos que apartan de la verdad. O, dicho de otra forma, los consensos de por sí no garantizan buenas opciones.

Más allá de los consensos, los seres humanos somos capaces de pensar seriamente los asuntos, de acoger lo mejor de la filosofía para ir a fondo ante los temas fundamentales, de reconocer lo que pueda ser correcto y lo que pueda ser contingente en las investigaciones científicas.

Sólo entonces será posible un avance hacia la verdad. La tarea será lenta y fatigosa, pero no por ello menos fecunda. En muchos casos, permitirá unir las mentes y los corazones no desde consensos apoyados en sentimientos o en opiniones inseguras, sino en la seriedad propia de quienes piensan con rigor y honestidad los grandes temas que interesan a muchos seres humanos.

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