Por Marcelo CIARAMELLA | Curas en opción por los pobres |
La beatificación del Arzobispo de San Salvador, Óscar Romero, el discurso del Papa Francisco en el II encuentro de movimientos populares en Bolivia, y el inicio del proceso de beatificación de Dom Helder Camara, constituyen tres hitos eclesiales y latinoamericanos muy relevantes que nos llevan a pensar que uno de los elementos más esenciales del Evangelio vivido y predicado por Jesus de Nazaret, va reemergiendo hacia la superficie del discurso y la practica de la Iglesia.
Tal elemento esencial es la construcción de un proyecto histórico que no se agota en la mera temporalidad sino que la trasciende en tensión hacia una realización definitiva. Como bien ha señalado el Papa, “el proyecto de Jesus” (así lo denomina) implica no solo asumir un camino de fe y espiritualidad individual sino que la fe cristiana “es revolucionaria”, con toda la fuerza histórica que esa palabra tiene. La fe vivida por el cristiano supone la construcción histórica de la sociedad, sus estructuras, su dinámica social, política, económica y cultural.
Proyecto de Jesús
Este proyecto no se identifica con ninguna construcción ideológica en particular, lo cual significa que muchas de las ideas que subyacen en los sistema ideológicos puedan coincidir con el proyecto de Jesus o alejarse de él. Cuando el Imperio Romano se “cristianizó” (sic) muchos creyeron que el proyecto de Jesus ya se había realizado. Pero en el proyecto de Jesus las estructuras tienen que estar al servicio del ser humano, reproducir justicia, paz, protección para el débil. El poder y el dinero deben estar subordinados a la necesidad de todos. El proyecto de Jesus es un mundo libre, entendiendo la libertad como herramienta de construcción del bien propio y el de todos y no una aduana para el mero antojo individual. Libre de estructuras injustas, de dominadores y dominados, de violencia y opresiones, del dinero y el poder como instrumentos de sometimiento, en paz con justicia, levantando al pobre y al desvalido.
El capitalismo moderno, su panacea de tecnología y consumo, el progreso entendido como acumulación de dinero y satisfacción de viejas y nuevas necesidades, y otras tantas piedritas de colores naturalizaron la llegada de una supuesta plenitud. El miedo al comunismo se instaló frente a la amenaza hipotética de perder la brillantez del progreso capitalista. Los propios documentos del magisterio social de la Iglesia encontraron dificultades para navegar entre esos dos proyectos que se hicieron extremos. La violencia totalitaria del comunismo ateo y la violencia dominadora del capital fueron confinados a los extremos condenables sin detallar con suficiente claridad qué había en el medio. Pero paulatinamente y con mas fuerza después de la caída del muro de Berlín, un progreso capitalista con manifiesta rectitud moral se afirmó cada vez mas como el promedio teórico de los extremos a pesar de que el magisterio profético de documentos como Populorum Progressio y el impactante documento de Medellín le recordaron a la Iglesia dos cosas entre muchas otras: por un lado que los pobres no nacen de un repollo, son el resultado de un sistema injusto impuesto que los margina, la Iglesia debe vivir y predicar desde ellos, como Jesus. Por otro lado, el desarrollo debe ser integral, abarcar toda la dimensión de la persona y a todos los pueblos.
La fuerza avasalladora del capitalismo y las ideas neoconservadoras lograron naturalizarse, aparecer como la única posibilidad de construir un orden moral económico-social recto como lo predica la Iglesia Católica. Multitud de grupos neoconservadores con sus “thinks tanks” dando conferencias, escribiendo libros y ocupando sedes episcopales por todo el mundo intentan establecer que el capitalismo es el sistema económico social que mejor interpreta el Evangelio.
Pero parece resurgir un brote que creíamos marchito pero no muerto. El capitalismo del siglo XXI protagonizado por EEUU, las potencias desarrolladas de Europa, el sector financiero bancario y las mega-corporaciones, ha pauperizado al mundo disparando la desigualdad. En medio de estas ruinas parece reverdecer en la Iglesia el proyecto de Jesus. Y en gran parte de la humanidad surge el deseo y la necesidad de buscar una alternativa global a esta tiranía.
Cámara: en proceso de beatificación
El pasado 3 de mayo ha sido abierto el proceso de beatificación de Dom Helder Cámara, Obispo de Olinda y Recife, Brasil, fallecido en 1999. Es promisorio que después de resistencias e invisibilizaciones, la Iglesia proponga modelos de creyentes que dieron su vida por los pobres y buscaron con pasión ese mundo libre y fraterno predicado por Jesus de Nazaret. Dom Helder señaló con lucidez profética que el proyecto de Jesus tenía más coincidencias con las ideas del socialismo que con las del capitalismo, aclarando que eso no significa asumir como cristiano el completo sistema ideológico del socialismo, pero a la vez poniendo al capitalismo del otro lado de la línea: “..el capitalismo es inhumano hasta la médula de sus huesos porque pone al capital por encima de los seres humanos y hace del beneficio su propósito supremo. Sin embargo, tiene la astucia y la habilidad de no presentarse jamás como materialista. (…) Si la religión se atreve a adoptar una postura, a protestar contra la injusticia, a pedir un orden social más justo y más humano, perderá su posición así como el apoyo de los grandes de este mundo. En seguida se hará sospechosa y se la clasificará entre los subversivos y los comunistas. (…) A pesar de lo improbable que pueda parecer, al menos en teoría el socialismo es más humano y está más cerca del espíritu del Evangelio” (de la conferencia pronunciada en el Circus Krone Bau de Mūnich el 20 de junio de 1972)
Dom Helder no entendía la ceguera de los cristianos de extrema derecha que mientras ayudaban a mantener este orden injusto se alarmaban porque otros cristianos denunciaban esas injusticias y ayudaban a los oprimidos a organizarse para poder liberarse por si mismos de esas cadenas, algo que con otras palabras hemos escuchado decir también a Mons Romero en El Salvador.
Como se ve, el Papa Francisco no está inventando nada. Está sacando del arcón de los recuerdos tanto lo que el magisterio latinoamericano con sus santos y mártires como la doctrina social de la Iglesia han proclamado desde el Concilio Vaticano II. La ideologización del evangelio por parte de la extrema derecha convirtiéndolo en sustancia del capitalismo ha llegado al extremo, no solo de sacralizar este sistema que mata, sino que también ha llevado a la complicidad simbólica de bendecir armas, golpes de estado (militares o institucionales)o bancos. Incluso no se entiende que la misma Iglesia organice sus bienes como cualquier otra corporación del establishment global.
Al proyecto de Jesus, que nunca murió sino que quedó latente bajo las nieves del invierno eclesial parece acercársele la hora de reverdecer en las búsquedas de los pueblos latinoamericanos, en la Iglesia de los pobres, en una Iglesia en salida hacia las periferias de la vida, una iglesia que no perdió la memoria de sus profetas y sus mártires. La crisis de la existencia global desatada por el capitalismo nos urge.
Aquella sublime expresión (popularmente atribuida al poeta Pablo Neruda), “podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera” nos anima a la búsqueda sincera de un mundo más justo y humano que garantice el buen vivir de todos y a participar con esperanza y compromiso de los procesos de cambio.