Por Mónica MUÑOZ |
«Que las mentes pequeñas no te convenzan de que tus sueños son demasiado grandes» fue el lema que los jóvenes de la comunidad de Jalpilla, en el municipio de Comonfort, utilizaron durante la “5ta Semana de la Juventud”, tiempo que dedicaron a reflexionar temas de valores cristianos y humanos, a destacar los talentos y a resaltar el arte de los chicos y chicas de las comunidades que abarcan el territorio parroquial.
Y llamó mucho mi atención lo que el sacerdote les dijo en la Misa de clausura y que aplica para pequeños y grandes: todos tenemos sueños y nunca faltan los obstáculos en el camino, pero hay que verlos como una oportunidad para crecer. Porque también está la otra cara de la moneda: aquellas personas que animan a otros a realizar sus aspiraciones.
Y es curioso. Mientras me dirigía hacia la comunidad, iba observando en el camino a muchos jóvenes, hombres y mujeres, inmersos en su mundo: novios de la mano, grupos de amigos vestidos de semejante manera vagando por el pueblo, chicas con hijos pequeños, algunas acompañadas, otras solas, en fin, cada uno con una historia diferente, con metas y objetivos que los harán realizarse y convertirse en seres independientes que aporten el granito de arena que les corresponde para transformar sus realidades… o al menos eso quiero pensar.
Porque también es cierto que una inmensa cantidad de ellos han tenido que afrontar problemas y situaciones complicadas desde temprana edad, viéndose en la imperiosa necesidad de salir a trabajar, dejando sus estudios para después o quizá para siempre. Convirtiéndose desde adolescentes en padres prematuros porque se les ha vendido magníficamente la idea de que hay que ejercer la sexualidad con «responsabilidad» usando preservativos y anticonceptivos en lugar de motivarlos a elevar sus ojos y despertar sus deseos por alcanzar una carrera universitaria y tener su propio negocio, pero creo que eso nunca será un buen plan porque el que estudia, piensa. Y más me duele porque sus padres los que deberían motivarlos a alcanzar sus sueños, sin embargo, cada vez es más común saber que son los grandes ausentes, a lo mejor porque ellos mismos también carecieron de la guía de sus propios progenitores y como no han tenido un ejemplo a seguir, tampoco han sabido serlo.
Y es entonces donde vienen los desencuentros, comienzan los conflictos entre padres e hijos porque no hay diálogo y peor aún, el respeto brilla por su ausencia, lo que abre más el abismo entre jóvenes y adultos. Calladamente, están deseosos de escuchar de labios de sus padres que los aman y que pueden confiar en ellos, que si los corrigen es porque no quieren que sufran y que si les exigen que estudien es para que tengan una vida más sencilla en el rubro económico, y sobre todo, que aplaudan y feliciten sus esfuerzos cada vez que logran escalar un peldaño más en su formación académica y personal, pero, desafortunadamente, eso no sucede con muchos de nuestros jóvenes. En lugar de todo lo descrito, encuentran críticas y descalificaciones, palabras hirientes que les insisten que no son capaces de nada, que son inútiles y tontos, lo que los va marcando de por vida y llegan a estar tan convencidos de que, en efecto, son todo lo que han escuchado en sus casas, que creen firmemente que nunca podrán aspirar a alcanzar un mejor nivel de vida.
La motivación es siempre necesaria en todos los ámbitos de la existencia, pero la que viene de nuestros padres nos deja una impronta tan profunda que, en ocasiones, resulta imposible superar lo traumas provocados por el maltrato de alguno de ellos.
Por eso, una vez más, les digo que es urgente rescatar la figura de la familia, esa que los más libertinos tachan de «tradicional» como si fuese un calificativo vergonzante. Por el contrario, donde padre y madre hacen su trabajo, hay más garantía de que los chicos y chicas hagan una vida más centrada y recta, por supuesto, con aciertos y errores pero con la oportunidad de salir triunfantes en un mundo cada vez más confuso, donde abunda la aberrante creencia de que, si algo que es malo por naturaleza lo hace la mayoría, terminará estando bien.
Ojalá seamos cada vez más impulsores de sueños y motivemos a nuestros jóvenes a volar, valorándose y trabajando por alcanzar sus objetivos a corto, mediano y largo plazo, porque si eso sucede, tendremos adultos responsables, felices y sanos de cuerpo y espíritu, sin complejos ni frustraciones y preparados para enfrentar el mundo y formar personas iguales a ellos.