Por Juan GAITÁN |

El título de este artículo podría parecer un lugar común de los tiempos modernos. Hoy más que nunca sabemos que los cambios culturales, sociales, tecnológicos, etc., suceden a ritmos más acelerados que en épocas pasadas.

Sin embargo, esto trae implicaciones prácticas de gran importancia para la Iglesia de las que sacerdotes, religiosos y laicos, somos responsables. ¿Puede una institución de tal historia y tradición como la Iglesia ser capaz de asumir lenguajes nuevos?

Actualizar las formas del discurso

La respuesta obvia es que sí, la Iglesia sí puede hablar lenguajes nuevos. El reto está en hacerlo realidad. Las formas del discurso son importantísimas, incluso más que el mismo contenido del discurso. Muchos admiran las formas y los gestos de personas como el papa Francisco, aún sin haber escuchado sus mensajes u homilías completas, aún sin haber leído los textos que ha escrito como Papa.

No se trata de encontrar eufemismos (decir lo mismo utilizando términos más agradables), sino de entrar en una dinámica de comunicación renovada. El Evangelio es un mensaje sólido que no requiere que lo disfracemos, sino que sepamos mostrar su solidez y trascendencia.

Actualizar las formas del pensamiento

Pero para mostrar la solidez del Evangelio es necesario fijar la mirada en su contenido esencial. Esto significa actualizar las formas no sólo del discurso, sino también del pensamiento.

Todos, sacerdotes, religiosos y laicos, tenemos el deber de confrontar nuestros conceptos aprendidos desde la infancia con el Evangelio, de modo que seamos capaces de desaprender las formas de pensar que no se ajustan al mensaje de Jesucristo. Esto es una tarea difícil, para toda la vida y que requiere una espiritualidad activa y de oración con la Palabra de Dios.

Hoy, como Iglesia, tenemos que saber que, para millones de niños y jóvenes, el camino de la fe cristiana es una propuesta entre muchas otras que el mundo propone. Nuestra tarea está en saber vivir el propio camino para así transmitir por qué el Evangelio es tan distinto al resto de las ofertas del mundo.

De los mandamientos al Reino de Dios

Por poner un ejemplo, la catequesis que algún día se impartió a través de preguntas y respuestas memorizadas, hoy se transmite a través de experiencias de fe. Lo que algún día fue una obsesión por aprender los 10 mandamientos y los 5 de la Iglesia con lenguajes como “oír misa” (la misa se vive, no se oye) con un énfasis en las prohibiciones y los deberes, hoy es propositiva.

El Reino de Dios (una realidad de justicia, paz y solidaridad, lleno de la presencia del Espíritu y arraigado a Jesucristo) ha de ocupar el puesto central de las formas de discurso y de pensamiento cristiano, del mismo modo como ocupó el puesto centran en los hechos y palabras de Jesús de Nazaret.

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