Por Fernando PASCUAL |

 

La fidelidad a Cristo nunca ha sido fácil. Implica ir contra el mundo. Supone un salto en la fe. Genera una plena confianza en Dios y no en los hombres. Va contra corriente.

Muchos no comprenden el cambio radical de quienes dejan un modo de actuar y empiezan a vivir en Cristo. Por eso surgen oposiciones y conflictos que hieren a los recién convertidos.

Cristo ya lo había anunciado: “No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él” (Mt 10,34‑36).

Aquí surge la pregunta: ¿existen sufrimientos injustos que tengan como causa la fidelidad a Cristo? ¿No deberían los cristianos ser más “moderados” para no lastimar a sus seres queridos?

Si Cristo es Dios, si nos ofrece un mensaje de misericordia y de amor, si nos indica el camino estrecho que lleva a la vida eterna, no puede ser causa de sufrimientos injustos, sino de purificaciones que duelen pero que permiten iniciar un camino de sanación.

Por eso, no es sufrimiento injusto el que produce un hombre o una mujer que abandonan una vida de pareja que ha durado mucho tiempo al reconocer que estaban en adulterio, cuando optan por vivir auténticamente el plan de Dios sobre el matrimonio y la familia.

Como tampoco es sufrimiento injusto el que se produce en algunos padres cuando un hijo o una hija les comunican su deseo de consagrarse a Dios y dejan el hogar para ir a un seminario o a un noviciado.

La fidelidad a Cristo cuesta y, muchas veces, duele. Cuesta a quien dice sí al Maestro. Y cuesta a quienes están ligados de algún modo al nuevo discípulo. Pero ese dolor que pueda provocar la conversión de un ser querido será siempre beneficioso.

Será beneficioso para el discípulo, que ha encontrado un tesoro en el Amor de Dios. Y también para los que hoy sufren por una ruptura: tienen una ocasión magnífica para repensar su vida y para abrirse a la conversión y a la acogida de la gracia.

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