Por Chucho Picón| @chuchopicon

Una religiosa del Verbo Encarnado narra al Observador y Aleteia las terribles vivencias que padece el Pueblo de Dios en Siria. A pesar de los indecibles horrores, aun así considera que “fue un privilegio, una Gracia de Dios” presenciar el increíble testimonio que dan hoy estos cristianos perseguidos que, a pesar de sus muchas carencias, sólo piden una cosa: “Pídanle al mundo que rece”.

Hermana, ¿cuáles su nombre y de dónde es usted?
Me llamo María de Guadalupe, soy argentina y pertenezco a la familia religiosa del Verbo Encarnado, que es una congregación fundada en Argentina, una congregación misionera.

Yo estuve algunos años en Belén, donde estudié la lengua árabe junto a otras hermanas; después pasé a Egipto, donde estuve doce años; fueron doce años de intenso trabajo apostólico, incluso me tocó el cargo de provincial, en el que me tocó viajar mucho a Túnez, Jordania, Siria Iraq, Israel y Palestina. En Egipto se desarrolló mucho la misión.

Es decir, hubo mucha actividad, fueron hermosísimos años de misión; pero cuando terminé mi cargo yo estaba fatigada al grado de que se había resentido mi salud. Por eso mis superiores me ofrecieron que yo eligiera un lugar tranquilo para que me fuera a descansar un par de años, y así fue que yo elegí Siria. Esto lo platico primero que nada para que se entienda lo que era Siria antes, un país elegible como un lugar para descansar; y, en segundo lugar para mostrar cómo Dios nos lleva por caminos que uno no espera.

Así, yo me fui de descanso, pero fueron poquitos meses porque se desencadenó esta guerra y persecución terrible que dura hasta el día de hoy. Y a pesar de ello he vivido estos años feliz, feliz. Ciertamente no encontré lo que iba buscando: descanso; y es que Dios sabía que no era lo que yo necesitaba en esos años. Y yo lo considero un privilegio, una gracia de Dios.

¿Cómo es vivir en esa zona de guerra, con el miedo tal vez de ser martirizada, violada, secuestrada o decapitada? ¿Cómo se vive, hermana?
Creo que hay un sólo modo de vivir esa vida, y es vivirla bien: la única manera es por gracia de Dios. Yo no encuentro otra explicación, porque humanamente hablando eso es para enloquecer, es para enfermarse al menos. La situación que vivimos en Alepo es de bombardeo permanente: yo no recuerdo un día en cuatro años, ni uno solo, en silencio. Bombardeos, ataques, tiroteos, cañonazos permanentes de día y de noche; riesgo en toda la ciudad; balas que entran por la ventana; todos los días muertos entre los nuestros, heridos.

¿Podía dormir, hermana?
Cuando esto empezó, en 2011, fue de un día para el otro: empezaron los tiros, y los aviones, y pasaron los tanques. Nos agarró muy de sorpresa. Las primeras dos semanas hubo toque de queda, estuvimos encerrados; era muy difícil dormir, había mucho miedo, no se sabía qué pasaba y qué iba a pasar, si el ejército iba a lograr detener a los terroristas.

Pero las dos semanas se hicieron meses y luego años. Lamentablemente, aunque no suene bien decirlo, la gente se acostumbra; y así que volvimos a dormir, no podíamos pasar cuatro años sin dormir.

Por la costumbre aprendimos a distinguir los ruidos, las armas, los distintos tipos de explosiones; porque, aunque es algo permanente, uno ya calcula la distancia y sabe más o menos cuál es el daño y si se trata de un arma de mayor alcance, por ejemplo, cuando tienen esquirlas; si es el caso, aunque se esté a dos o tres cuadras es necesario esconderse detrás de algo sólido para evitar el daño de las esquirlas. Pero en la ciudad también hay francotiradores, y aprendimos en qué calles los había, y para pasar por ahí nos preparábamos en grupo y cruzábamos corriendo para no darle tiempo al francotirador de dispararnos; íbamos varios juntos para que, en el caso de que sí le alcanzara a dar a alguno, los demás lo pudiéramos socorrer. ¡Y esa es la vida de todos los días!

Una de las cosas más cercanas que nos tocó vivir es que cayeron tres misiles a apenas cincuenta metros del obispado, donde vivíamos. Hubo más de cuatrocientos muertos entre los nuestros, y heridos. ¡Fue una cosa horrible! Y la Catedral quedó muy dañada, no pudimos volver a usarla por varios meses, ¡y desde ese mismo día se duplicó el número de gente en la Misa diaria! ¡Desde ese mismo día! Y uno se pregunta “¿cómo es esto?”. Y es que los cristianos si sufren más rezan más, ¡si los persiguen son más fuertes!

Hermana Guadalupe, ¿alguna vez ha cruzado por su mente la posibilidad del martirio?
Sí, muchas veces. Es parte de la opción, de la elección que hemos hecho de seguir este llamado de Dios a la vida misionera. Apenas inició la guerra, nuestros superiores nos ofrecieron cambiarnos de lugar de misión si queríamos. Nosotros quisimos quedarnos, pero necesitábamos el apoyo de nuestras familias; y cuando yo llamé a mis padres les dije cuál era mi situación y mi deseo de quedarme, y les pregunté su parecer; ellos me contestaron: “Haz estado con esta gente hasta ahora, ¿y los vas a abandonar cuando más te necesiten? ¡Tienes que quedarte ahí, o no te puedes llamar misionera!”.

Y así es, aunque eso signifique dar la vida. Porque si vamos a ser misioneros, pero cuando algo nos empiece a dolor un poco, cuando comience a costarnos, no podemos decir “hasta ahí nomás”. Es por eso que uno considera como una posibilidad que Dios nos dé la gracia de mantenernos firmes si llega ese momento.

¿Qué necesitan los cristianos en Siria?
Los cristianos están pasando carencias de todo tipo. La persecución es terrible, y van abandonando sus casas, sus pueblos, su propia tierra. Están pasando necesidades extremas. En Alepo es tanta, tanta la cantidad de refugiados que han ocupado las escuelas, universidades, conventos, iglesias, mezquitas… Hay gente durmiendo en la calle, y tenemos temperaturas bajo cero; en invierno mueren niños sólo por el frío, y eso es sólo un ejemplo.

No tenemos electricidad. Cuando llega, es sólo dos horas por día. Agua una vez por semana, apenas unas horas. Y Apelo sufrió al principio casi un año y medio de asedio: la ciudad estaba sitiada, se cerraron todas las rutas de acceso, y estuvo sin insumos. ¡Una ciudad de cinco millones de habitantes! Casi se acabó la comida; sólo había arroz, enlatados, fideos.

Gran cantidad de personas perdió su casa. Y a eso hay que sumar la persecución misma, las decapitaciones, los secuestros. Tenemos muchos testimonios, incluso de fieles de nuestra parroquia, que han sido secuestrados, o que les han puesto la ametralladora en la cabeza para hacerlos renegar de su fe, renegar de Jesucristo.
Están necesitando tanto, que haríamos una lista enorme de cosa. Sin embargo, cuando uno sale de allá, ellos nos dicen: “Pídanle al mundo que rece”. Eso es lo que piden: “Pídanle al mundo que rece”.

Lamentablemente esto está pasando desde hace años y el mundo no lo sabe. ¡El mundo no lo sabe! Tiene que aparecer la foto del niño para que la gente comience a decir: “¡Ah, hay guerra! ¿De dónde salió?”. Estamos en el siglo XXI, y basta que mandemos un mensajito por WhatsApp aquí para que llegue a China en un segundo, pero el mundo no sabe lo que está pasando. Por eso es tan importante difundir esto y que se conozca, porque entonces más gente reza y más gente puede ayudar, más gente puede colaborar, cada uno según los medios que tenga; pues obviamente tenemos distintos grados de responsabilidad en esta guerra. A los grandes responsables ciertamente se les pedirá cuentas.

A nosotros nos llega información de que los cristianos son decapitados, desollados, enterrados vivos, quemados vivos. ¿Esto es cierto?
Totalmente. Es muy común, por ejemplo, cuando sale un autobús con cristianos tratando escapar de una ciudad a otra, que detengan el autobús, bajen a la gente y la separen en hombres, mujeres y niñas, y aparte los niños. Las mujeres son violadas delante de sus familiares varones; después los varones son acribillados o decapitados, y a las mujeres y niñas se las llevan como esclavas. En cuanto a los niños, o son enterrados vivos o se los llevan para reclutamiento. Está sucediendo esto en muchísimos pueblos de Siria y de Iraq. ¡Y desde hace años, no desde ahora! Sabemos de muchos casos. Desde el principio había muchos descuartizados, puestos en bolsas de basura en un contenedor con el letrero: “No tocar, es basura, es cristiano”.

Yo creo que los cristianos perseguidos nos interpelan, nos cuestionan a nosotros como cristianos occidentales. Allá en Egipto, por ejemplo, se tatúan la cruz en la muñeca para distinguirse, para mantenerse firmes al momento del martirio. ¡Se tatúan la cruz en su carne! ¡Y nosotros a veces en occidente intentamos esconder que somos cristianos! Nos da vergüenza, y sólo mostramos nuestro cristianismo en algunos ambientes, y en otros no nos atrevemos a rezar o no nos persignamos en público porque sentimos que “no queda”. Los cristianos perseguidos realmente nos cuestionan de qué manera estamos viviendo nuestra fe. Deberíamos vivirla con más coraje, sin miedo a manifestarnos como cristianos en el ambiente en el que estemos; ser apóstoles, ser testigos.

Ellos están derramando sus sangre, ¡pero que no sea en vano!, porque cuando nosotros, como cristianos, miramos para otro lado y seguimos viviendo preocupados sólo por las cosas materiales, qué comeremos hoy, qué ropa nos vamos a poner este día y en que automóvil vamos a viajar, no estamos comprendiendo que lo importante no está ahí. ¡Estos cristianos perseguidos nos señalan el Cielo! ¡Ojo, que estamos mirando para abajo, pero es hacía allá, hacia arriba, hacia donde hay que mirar! Ellos nos señalan eso, que arriba está lo importante, y que hay que prepararse para eso. Y que la única lucha, la única, es contra el pecado. Y el único miedo que debemos de tener es perder la Gracia de Dios por el pecado. Y eso es algo que olvidamos; ¡nos preocupamos por tantas cosas, y en definitiva ésas no son importantes!

El mensaje de los cristianos perseguidos es muy fuerte. Y por eso creo que están provocando milagros en occidente: hay gente que reaviva su fe, hay gente que se convierte. Hay que aprovecharse de estos méritos y de estos testimonios.

Hermana, ¿a usted quién le tatuó la cruz que lleva en su muñeca?
Lo hicimos en Egipto, cuando llegamos a la misión; llegamos en el año 99, y en el 2000 nos tatuamos la cruz como lo hacen los cristianos de allá; es una cosa tradicional. A los niños desde pequeños los llevan a los monasterios y son los monjes los que te tatúan la cruz. Son bautizados y tatuados. Es impresionante porque en Egipto, donde el cristianismo también es minoría; vamos todos hacinados en el transporte público, autobús o tranvía, y de pronto uno deja ver la cruz de su muñeca, y luego otro, y otro por allá, y luego uno más, y uno se alegra y piensa: “¡Somos cuatro! ¡En este tranvía somos cuatro cristianos! ¡Es un montón!”.

Y el sentido es justamente decir que si en un momento tenemos que entregar la vida por Jesucristo, no nos queremos dejar llevar por el miedo, porque llevo en la carne que soy cristiano.

¿Entonces también es un compromiso?
Por supuesto, es un compromiso de vivir fieles a Jesucristo, de ser realmente sus testigos. No podemos llamarnos cristianos si no estamos dispuestos a vivir así. México sufrió una gran persecución, y es debido a ello y a los mártires que tiene que aún es un país católico. Esto nos tiene que ayudar a despertar en nuestra fe. En los países occidentales no hay hoy persecución cruenta, pero hay persecución, hay discriminación, hay aislamiento si uno quiere vivir de acuerdo con su fe cristiana. ¡Cuántos jóvenes sufren por vivir de acuerdo con la moral cristiana! Eso es persecución, la presión que sufren en el ambiente. Y esa persecución nos debería hacer vivir con más coraje, hacernos vivir como verdaderos hermanos de estos mártires.

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