Por Luis GARCÍA ORSO SJ |
Para que se aplaque de sus travesuras adolescentes, Tomás es enviado por su mamá, de Veracruz al D.F., a quedarse un tiempo con su hermano Fede, alias Sombra. Tomás se encuentra con su hermano y con Santos, su compañero de departamento, que viven en la más grande holgazanería y dejadez, dejando que corra el tiempo sin hacer nada nada. Están en “huelga de la huelga”, dicen aludiendo a la huelga en la Universidad Nacional. La noticia de que Epigmenio Cruz, un viejo cantante de rock que disfrutaba el difunto papá de los dos hermanos, está gravemente enfermo, hace que Tomás proponga ir a buscar al cantante antes de que muera. Lo que sigue es un viaje por los cuatro puntos cardinales de la ciudad de México en que cuatro jóvenes y nosotros nos vamos empapando de sensaciones y descubrimientos, nos vamos viendo retratados en lo que somos como mexicanos y defeños, reímos y discutimos de las etiquetas que nos ponemos, nos asombramos de nuestra pasividad pero también de una creatividad tan nuestra, vemos de cara nuestras incongruencias, defectos, fanfarronería, palabrería, inmovilismo, y sobre todo nos reconocemos en los sentimientos que llevamos más en el corazón.
Güeros es una historia para verse, sentirse, escucharse, dejarse llevar, disfrutar. Muchas escenas de la película cuestionan si las personas nos escuchamos en verdad, o si en realidad cada uno se encierra en lo suyo y lo defiende y lo discute, sin atender al otro, sin reconocerlo, sin sentirlo. Por eso los otros son “güeros”: otros de fuera, a quienes se puede engañar, burlar, robar. Pero al escuchar la música grabada de Epigmenio Cruz – ¡que nosotros nunca oímos!- , los jóvenes quedan admirados –“nunca había escuchado algo igual”- y emigran de su modorra en búsqueda de alguien que no conocen pero que los vincula con su pasado y su presente. Al final de la búsqueda, Sombra y Ana se reencontrarán, se escucharán, se sentirán, en uno de los besos más prolongados y de primerísimo plano en la pantalla. Pero lo importante no es lo que encontraron, sino lo que el viaje les fue dejando, les ha hecho sentir, les ha tocado.
Pocas veces una película en blanco y negro puede tener tanto color y vivacidad, y unos silencios llenar tanto de música y felicidad como en Güeros. Pocas veces las canciones de Agustín Lara han sonado tan actuales. Pocas veces una ciudad tan caótica, contradictoria y explosiva como la ciudad de México, es el lugar más feamente hermoso para una historia, y un cuarteto de jóvenes actores ser con tanta autenticidad el alma y el cuerpo de esta historia. Su realizador, Alonso Ruizpalacios, sabe lo que es hacer cine, sabe dónde poner la cámara, sabe lo que es contar una historia, sabe lo que es ser del D.F., y sin embargo, lo toma todo y lo reinventa, para regalarnos un poema posmoderno, un retrato en fresco, una historia chilanga de paradójica belleza.