Antonio MAZA PEREDA │Red de Comunicadores Católicos º

El año próximo se cumplirán 80 años de una situación, en España, que tiene un espeluznante parecido con su situación actual, al menos en algunos aspectos. En 1936, ante la imposibilidad de que ninguno de los partidos de izquierda pudiera derrotar a los partidos de derecha, se crea el Frente Popular, una coalición de partidos de izquierda desde los moderados hasta los más radicales, incluidos los anarquistas así como liberales anticlericales y grupos autonómicos mediante los cuales toman el poder en ese año. Poco tiempo después vendría el asesinato del líder más importante de la oposición de derecha, José Calvo Sotelo, y a los pocos meses el levantamiento militar que llevó a una guerra civil que duró varios años y costó, al menos, 1 millón de muertos.

Los resultados de las elecciones españolas el pasado 20 diciembre dejan a España en una situación de indefinición. Los partidos de centroderecha, el Partido Popular y el partido Ciudadanos, no alcanzan la votación necesaria para formar un gobierno. Las distintas izquierdas, fundamentalmente el PSOE (Partido Socialista Obrero Español) y el partido Podemos, tienen una votación aún menor pero, si logran una alianza con partidos nacionalistas, podrían formar un gobierno. De hecho, algunos analistas ya empiezan a hablar de un Frente Popular como el de 1936. De no formar gobierno ninguna de las fuerzas principales, la ley Española prevé una segunda ronda de votación.

Claramente, estamos hablando de una situación muy diferente. No es creíble que empiece una ronda de asesinatos políticos: el desarrollo industrial y económico de España, aún en las condiciones actuales de crisis, ha reducido las diferencias socioeconómicas en el país y muchos años de paz han cambiado también la cultura de la población. Pero no deja de ser muy notorio que después de tantos años la sociedad española sigue profundamente dividida. Como en 1936, no existe un consenso claro sobre el camino a seguir y las posiciones tienden a radicalizarse, no necesariamente en el sentido de la violencia, pero sí en el sentido de un rechazo un tanto visceral a entender los puntos de vista de los que opinan diferente. En el fondo, lo que hay es una profunda desconfianza sobre los partidos políticos. Los nuevos partidos han crecido en base a los afiliados a los partidos más tradicionales, que han perdido credibilidad: el partido Ciudadanos crece con las defecciones del Partido Popular y el partido Podemos crece, en buena parte, con los que abandonan al PSOE y también con una gran parte de la población joven, con un desempleo brutal y con una desconfianza profunda por el sistema.

Es claro que los poco menos de 40 años de transición democrática española, no han sido aprovechados para formar partidos sólidos, con modelos de nación claramente entendibles para la ciudadanía y tampoco se ha buscado desarrollar una cultura democrática que abarque a la gran mayoría de la sociedad. A cambio de ello, los partidos han sido aprovechados como un botín que permite enriquecimiento ilícito de algunos representantes muy conspicuos de la clase política. Ninguno de los bandos en contienda puede decirse inmune a los casos de corrupción escandalosos que han sacudido al país y, tristemente, ni la propia Casa Real ha dejado de tener algún caso de este estilo.

En esta situación no es de sorprender el rechazo de la mayoría de la ciudadanía por una clase política que no es percibida como promotores y abanderados del bien común. Los dichos de «que se vayan todos» y «todos son iguales» podrán ser injustos, pero son muy entendibles.

Es importante que en esta situación veamos nosotros paralelos para la situación de la democracia mexicana. Y, dicho sea de paso, de la democracia en el mundo entero. Tenemos el mismo desencanto con los partidos políticos. Nuestros partidos no han aprovechado la transición democrática para formar a la ciudadanía en una cultura democrática que vaya más allá de una participación electoral, sino que realmente abarque todos los aspectos económicos, sociales y políticos de nuestra sociedad. Si nos quejamos de la falta de democracia y corrupción en los partidos políticos, deberíamos voltear a ver la falta de democracia y corrupción en las demás instituciones del país. Claramente, tenemos una visión reducida y reduccionista de lo que significa el concepto de democracia. No vamos más allá del aspecto de los votos emitidos con libertad y contados con imparcialidad, asuntos fundamentales pero que no agotan el sentido de lo democrático. Pero sentirse auténticamente democrático debería incluir el aceptar los resultados de las elecciones y colaborar a que se cumpla la voluntad de la mayoría. Entender que ser democrático incluye el aceptar ponerse bajo el gobierno de otros que opinan diferentes de nosotros, solamente por el hecho de que son más. Y colaborar con ese consenso.

En nuestro país, se han desperdiciado los años de la transición democrática en debates partidarios sobre el modo de repartirse privilegios y facultades y muy poco se ha hecho para formar, en primer lugar, las bases democráticas entre los afiliados a esos partidos y mucho menos para formar a la ciudadanía en una cultura que le permita actuar como los mandantes que les señalan a los mandatarios como deben ser en su actuación y cómo deben llevar a cabo su gobierno. Logramos salir del autoritarismo, pero hemos caído ahora en la partidocracia. Y, tristemente, estamos viendo en muchas partes un retorno claramente planeado para volver a los tiempos autoritarios. Una parte importante de la población no sale de la crítica, más o menos agresiva, y no está dispuesta a hacer su parte para el desarrollo democrático de nuestro país. Que es, claramente, un asunto de la mayor importancia. El gran tema de los próximos años, el gran resultado al que debían abocarse no sólo los partidos políticos sino también los grupos intermedios de la sociedad.

Y no sólo esos grupos: usted, yo, todos los ciudadanos debemos hacernos responsables de la creación de esta cultura. Porque nadie lo va a hacer por nosotros. Porque la mayoría de los grupos políticos y cuerpos intermedios tienen mucho de que beneficiarse con la situación actual y con una reducción de los espacios democráticos. Ellos actuarán por presión, por nuestra presión. La ciudadanía tendrá que actuar por convencimiento.

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