El otro, la Historia y la Iglesia: son los “lugares del estupor”, sobre los cuales el cristiano debe detenerse, si quiere celebrar de manera provechosa la Navidad. Fue lo que dijo el Papa Francisco antes de la oración mariana del Angelus, que este domingo ha coincidido con el Jubileo de los Niños de los oratorios romanos. Francisco bendijo a los Niñitos de Belén de los pesebres que han sido llevados a la plaza por los más pequeños: “Queridos niños, cuando recen delante de sus pesebres, acuérdense también de mí, como yo me acuerdo de ustedes. Les agradezco y ¡Feliz Navidad!”
Antes de la oración, Fancisco comenta el Evangelio del cuarto domingo de Adviento, la visita de María a Isabel: “En el encuentro entre las dos mujeres – imagínense – una anciana y la otra joven, es la joven, María, quien saluda en primer lugar. El Evangelio dice así: “Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel” (Lc 1,40). Y, después de aquel saludo, Isabel se siente envuelta por un gran estupor – no se olviden de esta palabra: estupor. El estupor –. Isabel se siente envuelta por un gran estupor que resuena en sus palabras: “¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?” (v. 43). Y se abrazan, se besan gozosas estas dos mujeres: la anciana y la joven, ambas embarazadas..
“Para celebrar de modo proficuo la Navidad -subraya el pontífice-, estamos llamados a detenernos en los “lugares” del estupor. ¿Y cuáles son estos lugares del estupor en la vida cotidiana? Son tres. El primer lugar es el otro, en el cual reconocer a un hermano, porque desde que se produjo el Nacimiento de Jesús, cada rostro lleva impresas las semblanzas del Hijo de Dios. Sobre todo cuando es el rostro del pobre, porque como pobre, Dios entró en el mundo y dejó, ante todo, que los pobres se acercaran a Él.”.
“Otro lugar del estupor en el que, si miramos con fe, experimentamos precisamente el estupor es la historia: el segundo. Tantas veces creemos que la vemos por el lado justo, y en cambio corremos el riesgo de leerla al revés. Sucede, por ejemplo, cuando ella nos parece determinada por la economía de mercado, regulada por las finanzas y las especulaciones, dominada por los poderosos de turno. En cambio, el Dios de la Navidad es un Dios que “desordena las cartas”. Le gusta hacerlo, ¡eh! Como canta María en el Magníficat, es el Señor quien derriba a los poderosos de su trono y eleva a los humildes, colmando de bienes a los hambrientos y despidiendo a los ricos con las manos vacías (cfr. Lc 1,52-53)”.
“Un tercer lugar del estupor es la Iglesia: mirarla con el estupor de la fe significa no limitarse a considerarla sólo como una institución religiosa, que es, sino sentirla como una Madre que, aun entre manchas y arrugas – ¡tenemos tantas! – deja traslucir los lineamientos de la Esposa amada y purificada por Cristo Señor. Una Iglesia que sabe reconocer los muchos signos de amor fiel que Dios le envía continuamente. Una Iglesia por la cual el Señor Jesús jamás será una posesión que hay que defender celosamente: los que hacen esto se equivocan, sino siempre Aquel que sale a su encuentro y que ella sabe esperar con confianza y alegría, dando voz a la esperanza del mundo. La Iglesia que llama al Señor: “¡Ven, Señor Jesús!”. La Iglesia madre que siempre tiene las puertas abiertas de par en par y los brazos abiertos para acoger a todos. Es más, la Iglesia madre que sale de sus propias puertas para buscar con sonrisa de madre a todos los alejados y llevarlos a la misericordia de Dios. ¡Este es el estupor de la Navidad!”.
En Navidad, concluye Francisco antes de la oración, “Dios se da totalmente a Sí mismo donándonos a su Hijo, el Único que es toda su alegría. Y sólo con el corazón de María, la humilde y pobre hija de Sion, que se convirtió en Madre del Hijo del Altísimo, es posible exultar y alegrarse por el gran don de Dios y por su imprevisible sorpresa. Que Ella nos ayude a percibir el estupor, estos tres estupores: el otro, la historia y la Iglesia; así, ante el nacimiento de Jesús, el don de los dones, el regalo inmerecido que nos trae la salvación, nos hará sentir también a nosotros este gran estupor en el encuentro con Jesús. Pero no podemos tener este estupor, no podemos encontrar a Jesús, si no lo encontramos en los demás, en la historia y en la Iglesia”.
Poco después de la oración, el Papa hace un llamado por la paz en Siria: “También hoy dirijo un pensamiento a la amada Siria, expresando mucho aprecio por el acuerdo apenas alcanzado por la Comunidad internacional. Aliento a todos a continuar con generoso impulso el camino hacia el cese de las violencias y hacia una solución negociada que conduzca a la paz. De igual manera pienso en la cercana Libia, donde el reciente compromiso asumido entre las Partes para un Gobierno de unidad nacional invita a la esperanza para el futuro.”.
Del mismo modo, Francisco desea asimismo “sostener el compromiso de colaboración al que han sido llamados Costa Rica y Nicaragua. Auspicio que un renovado espíritu de fraternidad refuerce ulteriormente el diálogo y la cooperación recíproca, como también entre todos los Países de la Región. Mi pensamiento va en este momento a las queridas poblaciones de la India, golpeadas recientemente por un grave aluvión. Recemos por estos hermanos y hermanas, que sufren a causa de tal calamidad, y confiemos las almas de los difuntos a la misericordia de Dios. Recemos por todos estos hermanos de la India un Ave Maria a la Virgen”. La plaza se une y recita con el Papa la oración.
Inmediatamente después de los saludos: “Hoy el primer saludo está dedicado a los niños de Roma, venidos para la tradicional bendición de los “Niñitos”, organizada por el Centro de Oratorios Romanos. Estos niños si que saben hacer bulla, ¿eh? Queridos niños escuchen bien, cuando recen delante de sus pesebres, acuérdense también de mí, como yo me acuerdo de ustedes. Les agradezco, y ¡feliz Navidad!”.
Por último, un saludo para las familias de la comunidad “Hijos en el Cielo” y aquellas ligadas, en la esperanza y en el dolor, al Hospital Bambino Gesù: “Queridos padres, les aseguro mi cercanía espiritual y los estimulo a continuar su camino de fe y de fraternidad”.