Por @ChuchoPicón / Exclusiva El Observador |

Me hicieron una llamada las seis de la mañana para decirme que habíamos logrado que «Joselito» fuera declarado santo debido al milagro que se hizo en favor de mi hija. La noticia nos llegó por medio de un familiar, y ya después por medio de la Causa nos mandaron un mensaje, y ya fue cuando vi la notificación, ¡que lo habíamos logrado!

Paulina, cuéntanos un poco de ti.
Yo soy Paulina Gálvez Ávila, nacida en Sahuayo, Michoacán; mis papás tienen un restaurante de mariscos ahí, desde que yo era niña. Vivo con ellos.

¿Quién es José Sánchez del Río?
Es nuestro beato de aquí, de Sahuayo, y ya próximamente santo. Fue un niño de la guerra cristera, que luchó mucho por Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe, que dio la vida por ellos.

¿Y para ti qué significa José Sánchez del Río?
Para mí es un ser maravilloso, un gran niño, un intercesor; gracias a él tengo un pedazo del Cielo a mi lado.

¿Cuál es ese pedazo de Cielo que tienes a tu lado?
Ese pedacito de Cielo nació hace siete años, el 8 de septiembre de 2008, en Estados Unidos. Desde el cuarto mes de que yo estaba embarazada de mi hija había riesgo de aborto; me decían que no la tuviera, que mi tipo de sangre iba a chocar con la de la bebé. Pero yo seguí adelante, apegándome mucho a «mi niño», el beato José Sánchez del Río. En realidad yo desde niña ya era muy apegada a él, gracias a mi tía Magdalena Sánchez, que en paz descanse, y a mi abuelita María Guadalupe Ávila, que me inculcaron mucho sobre él. Yo le encomendé mi embarazo, y tuve a mi hija a los nueve meses.

Los doctores en Estados Unidos me dijeron que nació mal, ya que no podía respirar; nació morada, (enredada) con dos cuerdas del cordón (umbilical). Se la querían llevar a otro hospital, a terapia intensiva; pero, gracias a la intercesión de José Sánchez del Río, me la dejaron.

Al mes de nacida me vine con mi hija a Sahuayo. Ella estaba bien, nuestra vida iba bien, pero de pronto enfermó de algo que parecía una simple gripa, con fiebre. La llevé al hospital y la internaron durante varios días porque tenía neumonía. Me dijeron que la llevara con otro médico, a Aguascalientes; así lo hice, y él le dio otro tratamiento, indicando que el diagnóstico era neumonía atípica. Ese tratamiento se lo administraron aquí, en Sahuayo, en el Hospital Santa María, y su médico aquí fue el doctor Adán Macías Sánchez. Después de varios días, el doctor me dijo: «Paulina, tu niña no mejora; necesitamos que otra vez te la lleves»; así que me la tuve que llevar otra vez a Aguascalientes, pero antes me la tuvieron que bautizar aquí de emergencia, pues la niña estaba muy moradita, y no creían que llegara con bien.

En Aguascalientes estuvo otro tiempo internada; el diagnóstico fue de nuevo que era una neumonía atípica muy rara; sus pulmones estaban muy llenos de flema. En total le hicieron, entre Aguascalientes y Sahuayo, tres broncoscopías, y al final me dijo el médico que su píloro lo tenía mal, que a través de él la leche que comía se escapaba hacia los pulmones, y que necesitaba cirugía.

Un días antes de la operación me dijeron que siempre no, que su enfermedad no era esa; que lo más probable es que más bien necesitaran cortarle medio pulmoncito; que era probable que durante la cirugía se me pudiera morir desangrada o por la anestesia. Así que se le encomendé a Dios, a la Virgen y a «mi niño», y una vez más resultó un éxito.

Sin embargo, a los tres días yo noté a mi hija muy rara. Ella era muy risueña desde que nació, pero ahora ni siquiera me volteaba a ver. Estaba distante, con su mirada como ida y muy fija; yo le hablaba y ella no reaccionaba. Le dije al médico: «Doctor, esa no es mi hija». Se la llevaron para revisarla.

En la noche vinieron los médicos a verme y me pidieron los papeles de todos los estudios que se le habían hecho a mi hija; les pregunté si ella estaba bien y me dijeron que sí. A las ocho de la mañana del día siguiente, cuando me dejaron verla, me informaron: «Tu hija convulsionó. La vamos a dejar en observación a ver qué pasa». Yo entré verla, empecé a rezar y, cuando le puse la imagen de «Joselito», ella empezó a convulsionar; yo grité llamando a los médicos, diciendo que mi hija se me moría. Entraron y escuché que una doctora decía que tenía un infarto, y le comenzaron a inyectar cosas a la niña y a darle tratamientos. Luego la llevaron a hacerle una tomografía, y después yo la quise ver, pero no me dejaron entrar, sino que la doctora me dijo: «Tu hija está en vida vegetal, no hay esperanza de vida. Ve preparando todo porque tu bebé no va a sobrevivir».

Me salí llorando. Llegó el doctor Rosendo Sánchez, de Aguascalientes, y le rogué: «Salve a mi hija, sálvela». Me abrazó y me dijo: «Tu bebé va a estar bien». Ese día no me dejaron entrar a terapia intensiva, así que me la pasé rezando; al segundo día sí pude entrar a verla, y le pasé sobre el cuerpo la imagen de «Joselito»; cuando puse mi dedo en su manita, ella me lo apretó. Le dije a la doctora: «Me bebé me apretó mi mano». Ella me contestó: «No, no, señora, es imposible. ¿No ves cuántos aparatos tiene tu hija de pies a cabeza? No hay esperanza de vida, si tu bebé respira es por medio del ventilador».

Yo le contesté: ‘Yo no creo en usted, yo creo en Dios, y en la Virgen. ¿Usted no sabe que la hoja de un árbol no se mueve sin la voluntad de Dios? Mi hija va a estar bien’. La doctora me miraba y sólo sacudía la cabeza.

Al tercer día volví a entrar y le empecé a platicar a mi niña, le pasé una imagen de «Joselito», y entonces ella movió su piernita. Le dije a la doctora: “Mi hija si me oye y se mueve». Contestó: «No, no te oye. Son descargas que todavía tiene». Y no me creían.

Al cuarto día, que le volví pasar la imagen de «Joselito», me abre y me cierra sus ojos. Le dije a la médica: «¡Mire, doctora, mi bebé está bien!». Y de nuevo respondió que no, y me avisó: «Mañana la vamos a desconectar, y a ver qué pasa. Debes estar preparada».

Yo me fui ese día a Misa al Sagrado Corazón, en Aguascalientes. Ese día tocó un Evangelio sobre la aceptación de la voluntad de Dios. Yo lloraba. Todos los días que había estado yendo a Misa ahí me había tocado ver a una niña con síndrome de Down acompañada de su papá y su mamá, rezando en la parte de adelante del templo con las manos levantadas hacia el Cielo. Y de la nada esta niña me vio y fue a abrazarme; yo le dije: «Hija, pide mucho por mi bebé; está malita, se me está muriendo». A la hora de la Comunión fue la niña a comulgar, y enseguida volvió a orar con las manos en alto, pero en voz alta. Yo me quedé asombrada y le dije a Dios: «Si Tú me la dejas, yo quiero hacer a mi hija así: muy cercana a Ti. ¡Pero Tú déjamela! ¡Ayúdame!». Entonces la niña, cuando la Misa había acabado y ya se iba con sus papás, fue a abrazarme otra vez y me dijo: «Tu niña va a estar bien».

Yo le dije: «Mi hija está muy malita»; pero ella insistió:
«Tu bebé va a estar bien». Entonces la mamá de esta niñita me tomó del hombro y me dijo: «Hágale caso a mi hija, ella sabe lo que le dice». Se fueron, pero yo no, porque después de Misa todos los días me quedaba con el padre Charlie, de Aguascalientes, y con las oradoras de mi grupo de oración, y rezábamos juntos.

Al otro día, cuando iban a desconectar a mi hija, yo les pedí a los doctores que me dejaran entrar y estar con ella. Comenzaron a desconectarla de los aparatos, y mi niña volteó ha verme y comenzó a sonreír. Uno de los médicos, al ver esto, dijo: «No sabemos qué pasó. Vamos a hacerle estudios». Esos estudios mostraron que mi hija había recuperado el ochenta por ciento de su función cerebral. El doctor me dijo: «No sé a quién te le pegaste, a quién le pediste, pero el caso de tu hija es un milagro». Y yo le contesté: «¡Pues quién más va a ser sino Dios, la Virgen y ‘mi niño’, José Sánchez del Río». Luego me advirtió: «Tu hija va a quedar con secuelas, acuérdate que va a ser como una bebé recién nacida, va a aprender otra vez a succionar, y no se va a acordar de nada».

Al otro vía pude entrar otra vez con ella. Le di su biberón y se lo acabó enseguida. Como tenía más hambre, el doctor me autorizó prepararle más leche, y se la tomó toda. Eso sorprendió al médico, que volvió a decir que mi hija era un milagro, pues antes de que comiera le habían hecho otro estudio, y resultó que su cerebro ya trabajaba al cien por ciento. El médico dio que dejarían a mi hija tres días más en observación antes de darla de alta.
El siguiente día fui otra vez a Misa a Aguascalientes, y busqué a la niña, a la que yo vi todos los días durante la enfermedad de mi hija. Le pregunté por ella al sacerdote y a las oradoras, pero nadie supo de ella; no la habían visto ni nadie se acordaba de esa niña; sólo yo y mi familia: mi mamá, mi hermana y toda la familia que iba conmigo.

 

¿Tú creías en los milagros?
La verdad es que no. Yo reté mucho cuando se me enfermó mi hija. Yo decía:
«Todos dicen que existen los milagros, ¿pero por qué tenía que tocarme a vivir a mí esto de mi hija? ¿Por qué se la quieren llevar? ¿Por qué me la quieren quitar? Si existen los milagros, ¡que me lo demuestren! ¡Yo quiero la prueba de un milagro». Y ahora yo tengo un milagro.

¿Qué le decías a José Sánchez del Río?
Que intercediera, que rogara por mi hija, que ella era de Sahuayo, como él, que me ayudara y que yo lo iba a dar a conocer.

¿Por qué dices que lo retabas?
Porque yo le decía: «¿Por qué no me ayudas? ¿Por qué te cuesta interceder por mi hija? ¿Por qué no me ayudas?». Y mira que sí lo hizo.

¿Hay un antes y un después a partir de ese milagro? ¿Hubo una conversión en Paulina?
Sí, yo era de las personas que sí creen en Dios, en la Virgen; que iba a Misa. Pero a partir del milagro de mi hija yo creo que me siento más cerca de Dios y de la Virgen. Me siento muy privilegiada, muy bendecida.

¿Cuál es la misión que Dios te ha pedido a ti y a tu hija?
Mi misión es acercar más gente a Él. Darlo a conocer más.

Paulina, ¿cómo es Ximena Guadalupe, tu hija?
Ximena Guadalupe es como un angelito en la Tierra. Así te lo puedo decir. Una niña con mucho amor para dar y recibir.

¿Le quedaron secuelas?
La única secuela que le quedó fue la de dar mucho amor. Esas son sus secuelas. Así es con la gente que la conoce: no te puedes separar de ella, te transmite una tranquilidad que es muy difícil de encontrar en una niña.

Cuéntanos un poco de cómo fue el proceso que se llevó al Vaticano, para que este milagro sirviera para la canonización de José Sánchez del Río
Fueron siete años, que se me hicieron larguísimos; de hecho, a veces quise «tirar la toalla», pues fue de algún modo revivir la misma pesadilla: mi hija, que ya está más grande, tuvo que pasar otra vez por muchos exámenes: me la tenían que inyectar para hacerle tomografías cerebrales y ver que realmente estuviera bien. Además, nos tocaba estar en el mismo cuarto donde mi hija había estado enferma, y con los mismos doctores. Así que fueron cosas muy difíciles, pero Dios y la Virgen me sostuvieron, y «mi niño» en esos momentos también me demostraba que estaba cerca de mí y de mi hija, nunca nos dejó.

Esos siete años, ¿qué le pedías a José Sánchez del Río?
Que me siguiera orientando y ayudando, porque yo quería seguir con ese testimonio para que él pudiera llegar a los altares, como le prometí yo a él un día. Y mira que sí me ayudo, pero esto no se ha acabado porque yo pienso seguir hasta que Dios me dé vida difundiendo mi testimonio, dando a conocer lo grande que es «Joselito» a través de Dios y la Virgen.

¿Cómo recibiste la noticia de que el Papa Francisco había firmado el decreto para su canonización?
Me hicieron una llamada las seis de la mañana para decirme que habíamos logrado que «Joselito» fuera declarado santo debido al milagro que se hizo en favor de mi hija. La noticia nos llegó por medio de un familiar, y ya después por medio de la Causa nos mandaron un mensaje, y ya fue cuando vi la notificación, ¡que lo habíamos logrado!

¿Qué les dirías a aquellas mujeres que tienen pensado abortar?
Que no lo hagan. Que es un pedazo de Cielo el que traen en su vientre. Que es un ser maravilloso que llega a tu vida a cambiártela, a darte la mayor felicidad y alegría que cualquier mujer puede tener en el mundo. Que se permitan conocer a ese ser maravilloso que traen dentro.

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