Por Fernando PASCUAL |

La claridad permite ver bien y decidir mejor. La confusión dificulta a la mente y provoca dudas a la hora de actuar.

Por eso, si alguien pretende destruir una sociedad, una institución, un Estado, puede escoger la estrategia de sembrar confusiones.

Porque con las confusiones la gente es fácilmente manipulable, sucumbe ante dudas corrosivas, siente inseguridades que angustian.

Son esas confusiones las que impidieron a grandes líderes detectar los enormes males que iban a venir con el nazismo, con el comunismo, con el maoísmo.

Son esas confusiones las que sembraron Europa y el mundo con divisiones religiosas que dejan perplejos a millones de bautizados y a quienes observan a los cristianos desde fuera.

Son esas confusiones las que también penetran entre los católicos, muchos de los cuales ya no saben qué es el pecado, qué es la gracia, cuál es la importancia de la Eucaristía y por qué Cristo instituyó la penitencia.

Los sembradores de confusión desarman a sus víctimas de las sanas seguridades, de las esperanzas buenas, que permiten afrontar los deberes ordinarios y las tareas más exigentes.

Frente a tantos sembradores de confusión, situados incluso entre quienes están llamados a ser maestros y guías de los demás, hace falta una actitud firme y serena para resistir, que nace desde la confianza en la razón (don de Dios) y, sobre todo, desde la apertura a la gracia.

Como nos pide el mismo Jesucristo, evitaremos la confusión si construimos sobre Roca (cf. Lc 6,47-48). Entonces recordaremos lo que enseñan las dos columnas apostólicas, Pedro y Pablo, cuando nos invitan a vivir firmes en la fe, y a buscar la ayuda continua que Dios ofrece a su Iglesia (cf. Flp 4,1; 1Pe 5,9).

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