“Se acabó el carnaval”, dicen que dijo. Era el momento en que tenía que salir a presentarse ante el mundo. El encargado de la vestimenta le había provisto ya de la sotana blanca, tradicional atuendo del pontificado. Jorge Mario Bergoglio, en aquel momento ya Papa Francisco, rechazó con esa frase los singulares zapatos rojos que le ofrecían. Haciendo a un lado también otros atuendos, salió al balcón de la basílica de san Pedro y saludó a la multitud vestido sólo con la sotana blanca y refiriéndose a sí mismo como el Obispo de Roma. Se respiraba en el ambiente los aromas del cambio.

El primer Papa latinoamericano –primer Papa jesuita también– está ya cerca de cumplir tres años de ministerio. Elegido el 13 de marzo de 2013, Francisco no la ha tenido fácil. Resuelto a retomar los vientos de renovación del Concilio Vaticano II, ha emprendido un camino de reforma que le ha granjeado la simpatía de algunos sectores dentro de la iglesia y la enconada resistencia de otros. El núcleo de la reforma es el regreso al evangelio, a Jesús, a la identidad original de los creyentes. En esto, Francisco hace honor a su nombre, escogido por él en referencia al santo de Asís, el pobrecillo que dio a sus compañeros como única norma de vida el libro de los evangelios.

La resistencia a la reforma encuentra muchos tipos de expresión. Desde los portales electrónicos que vomitan su odio contra el Pontífice llamando a la desobediencia e invitando a reconocer como Papa legítimo al emérito Benedicto XVI, hasta el silencio de quienes, en importantes puestos dentro de la iglesia, han abandonado de repente su afición a citar al Papa a tiempo y a destiempo y se hacen a los desentendidos aun cuando las predicaciones del Pontífice en la capilla de Santa Martha parecieran ser alocuciones dirigidas directamente a ellos.

Entre nosotros, en México, el ejemplo mayor quizá de esta silenciosa y soterrada oposición a Francisco sea el desdén. Por primera vez en muchos años, solo para poner un ejemplo, un Papa propone un modelo distinto de santidad al elevar al altar como beato a Monseñor Óscar Arnulfo Romero. Haciendo el tránsito de la piedad individual al compromiso con la justicia, de una iglesia encerrada en sus devociones a una iglesia compasiva con los pobres y crítica ante las estructuras que producen la pobreza, la beatificación de Romero en San Salvador era una ocasión propicia para acuerpar a los obispos en torno a la reforma de Francisco y su propuesta de iglesia abierta al cambio. La representación de obispos mexicanos en la misa de beatificación de Romero fue verdaderamente exigua: sólo se alcanzó a reconocer a don Raúl Vera, obispo de Saltillo. Una representación honrosa, es cierto, pero que no evitó la sensación de que una buena oportunidad había sido desperdiciada.

El Papa ha decidido aceptar la invitación de visitar México. Ya no es sorpresa que el Papa salga de sus fronteras. Inaugurada por Pablo VI y llevada a niveles apoteósicos por Juan Pablo II, la costumbre de viajar de los Papas se ha vuelto algo frecuente y permite al Pontífice y a los fieles encontrarse y alimentarse mutuamente. Ha escogido algunas sedes conflictivas para su comparecencia ante los fieles mexicanos: Morelia, capital de un estado con regiones sumidas desde hace lustros en altísimos niveles de violencia; Chiapas, un estado que simboliza el quiebre de un país que ha querido construirse a espaldas de su pasado indígena; Ecatepec y sus altísimos niveles de pobreza urbana y hacinamiento; Ciudad Juárez, capital de los feminicidios y espejo de la dolorosa realidad de la migración en nuestros tiempos… Todos ellos lugares que, en sí mismos, marcan el rumbo de las reflexiones que el papa hará sobre la problemática que aqueja a México y a nuestro continente.

A poco menos de un año después de haber publicado un documento de intenso vigor profético, la Encíclica sobre el Cuidado de la Casa Común, será interesante escuchar qué es lo que el Papa dice sobre la ecología en un país que, justo en estos días, está a punto de comenzar a formar parte de un tratado comercial que terminará por despojar a los pueblos indígenas del control de sus propias semillas, someterá las decisiones del país a tribunales comerciales internacionales y continuará con la promoción de la devastación ambiental propia de la economía extractivista. Será apasionante escuchar las palabras que Francisco dirigirá sobre la corrupción, en un país en el que los gobernadores que han desbancado los erarios de sus estados tienen que salir al extranjero para ser tocados con el pétalo de una rosa, mientras en México la justicia les condona todos sus abusos. Será aleccionador escuchar las palabras del sucesor de Pedro y su defensa de la vida en una nación en donde los estudiantes desaparecen así, como por arte de magia, y las instituciones encargadas de procurar y administrar justicia no son capaces de ofrecer ni siquiera una explicación plausible de los acontecimientos muchos meses después.

No es menor la expectativa. Queremos escucharte, Francisco.

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