Por Mónica MUÑOZ |

Hace unos días me enteré de dos noticias, en ambas, un niño era el centro de la novedad.  En las dos, se trataba de la dramática muerte de un menor.  La gran diferencia estribaba en la manera en la que habían entregado la vida: uno, por amor a Cristo; el otro por desesperación.

El primero se llamaba José Sánchez del Río; el segundo, simplemente Diego.  De este último, que era un niño español, me impactó mucho que dejara una conmovedora carta de despedida a sus padres en la que les pedía “odiarlo un poquito menos”… me quedo sin palabras al imaginar la escena. Un pequeño de once años, sano, amado por su familia, al parecer, hijo único,  se vio inmerso en la violencia escolar, a tal grado que  sintió que no tenía otra salida para dejar de asistir al colegio en el que los compañeros le hicieron imposible la existencia.

El portal de noticias donde me enteré del hecho, refería las supuestas palabras de la madre, quien relató que el chico había saltado del quinto piso de la casa.  ¿Cómo no se percató de lo que pasaba por la cabeza de su hijo? Pero tristemente así fue. En su manuscrito, Diego se despedía de sus padres, sus abuelos y de otra persona, todos fueron buenos con él, según sus palabras. Sin embargo, el drama que sufría en el colegio le fue insoportable. ¡Qué desgarrador sentimiento de impotencia embargaba su alma!

Por otro lado, la carta de José, un niño mexicano muerto en la época de los cristeros, o mejor dicho, de la persecución religiosa, era valiente, alegre, llena de ánimo para su madre y sus hermanos, se despedía de todos pidiendo la bendición de sus padres y la resignación ante su inminente muerte, enfatizando que estaba contento ante la voluntad de Dios.  ¡Un abismo distinguía a ambas misivas! La de Diego, estaba cargada de angustia y tristeza. La de José, derramaba fe y fortaleza. ¿Qué hizo tal diferencia?

La respuesta parecería evidente: la fe en Dios.  Y por sobre todo, destaca la formación de cada uno, recibida en el seno familiar.  No puedo dejar de pensar en la familia de José: sencilla, humilde pero inundada de amor, donde el centro era Dios. La de Diego, el niño que vivió rodeado de adultos que lo mimaron demasiado, que habitaba una enorme casa, no recibió lo más importante: la vivencia del Dios vivo y verdadero.  De otro modo, creo que hubiera tenido la entereza de José, quien no temió al enemigo de su fe e Iglesia, que para hacerlo renegar de Cristo le rebanó la planta de los pies y lo hizo caminar hasta el lugar de su martirio.

¡Qué responsabilidad tan grande la de los padres de familia!  Tienen en sus manos la vida de los hijos que Dios les presta para hacer algo grande con ellos. No para que obtengan honores mundanos, esos se consiguen muchas veces a base de engaños y atropellos, sino para que ganen el cielo a base de sacrificio y negación de sí mismos, siguiendo el ejemplo de quienes los han engendrado.

José escribe a su madre pedir a sus hermanos que sigan “el ejemplo de su hermano más chico y tú haz la voluntad de Dios”.  Diego pide a sus padres que sigan juntos y les dice que los verá en el cielo. La inocencia del pequeño me hace pensar en que debemos  sembrar en nuestros niños los valores cristianos necesarios para que enfrenten las dificultades con esperanza, pero también para que aprendan a confiar en los adultos que los rodean.  ¿Por qué no pudo hablar con sus padres de lo que sentía?  Aclaro que no pretendo enjuiciar a nadie, sólo que no me cabe en la cabeza que no hubieran detectado señales de alarma ante la actitud del niño.

Los dos niños ya habitan en el cielo.  Los padres de Diego sufren la pérdida de su amado hijo con profundo dolor y buscan culpables.  Pido a Dios que los ayude a superar este tremendo golpe y se acerquen a Él para que su recuperación sea pronta.

En cuanto a José, desde hace muchos años goza intensamente de la visión del Creador. Además, pronto será proclamado santo. ¡Que felicidad sentiría su familia si pudieran verlo elevado a los altares! Pero segura estoy de que ellos están de fiesta en la gloria eterna. Por eso, pido la intercesión del próximo santo José Sánchez del Río para que las familias del mundo entero vuelvan a buscar lo más valioso: hacer que Cristo se convierta en el centro de sus vidas, porque, recordando lo que dice el Catecismo: estamos en este mundo para conocer, amar y servir a Dios y después ser felices con Él en el cielo. Con eso se acabarían todos nuestros problemas.

¡Que tengan una excelente semana!

 

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