Ciudad del Vaticano, 30 de marzo 2016 .-Con la meditación del salmo 51, el llamado “Miserere”, el Papa Francisco ha concluido esta mañana las catequesis sobre la misericordia en el Antiguo Testamento. Se trata de un salmo penitencial que según una antigua tradición judía expresa el arrepentimiento del rey David después de su adulterio con Betsabé y el asesinato de su marido, el hitita Urías. El profeta Natán desvela al monarca su culpa y le ayuda a reconocerla.
“Y en eso David fue humilde, fue grande -dijo el Papa a los treinta mil fieles que participaban en la audiencia general en la Plaza de San Pedro- No era un pecado ligero el que había cometido, no era una mentira: había adulterado y había asesinado”. Pero el rey, que confía en Dios, se humilla sin temor de confesar su culpa ni de mostrar su miseria porque está convencido de la misericordia del Señor.
Así, la invocación del salmo, se dirige al Dios de la misericordia para que “movido por un amor tan grande como el de un padre o el de una madre se apiade… es decir, muestre su favor con benevolencia y comprensión. Es un fuerte llamamiento al Señor, el único que puede liberar del pecado… que manifiesta cual es el anhelo más profundo del ser humano, lo que realmente necesita en su vida: ser perdonado, verse libre del mal y de sus consecuencias de muerte”. “Desgraciadamente -añadió Francisco- la vida nos hace experimentar tantas veces esas situaciones; y ante todo cuando las atravesamos debemos confiar en la misericordia de Dios: Dios es más grande que nuestro pecado…Dios es más grande que todos los pecados que podamos cometer… Y su amor es un océano en el que podemos sumergirnos sin miedo de ahogarnos. Perdonar, para Dios, significa darnos la certeza de que no nos abandona nunca, cualquier cosa sea lo que nos reprochemos, El es siempre más grande que todo”.
“En este sentido, el que reza con este salmo busca el perdón, confiesa su culpa, pero al reconocerla, celebra la justicia y la santidad de Dios. Y además, pide gracia y misericordia. El salmista sabe.. que el perdón divino es sumamente eficaz…porque no tapa el pecado: lo destruye y lo elimina desde la raíz.. Por eso el penitente se vuelve puro”. “Nosotros, pecadores, con el perdón -reiteró Francisco- nos convertimos en criaturas nuevas…Ahora empieza una realidad nueva para nosotros: un corazón nuevo, un espíritu nuevo, una vida nueva. Nosotros, los pecadores perdonados, que hemos recibido la gracia divina, podemos incluso enseñar a los demás a no pecar más”.
“Pero padre, yo soy débil -ejemplificó el Papa- yo caigo…Pues si caes, levántate. Cuando un niño se cae… alza la mano hacia su madre o hacia su padre para que lo levante. Hagamos lo mismo. Si tu caes en el pecado por debilidad, levanta la mano: el Señor la tomará y te ayudará a alzarte. Esta es la dignidad del perdón de Dios. La dignidad que nos da el perdón de Dios es la de levantarnos, la de ponernos siempre de pie porque El creó al hombre y a la mujer para que estuvieran en pie”.
“El perdón de Dios es lo que necesitamos todos y es la señal más grande de su misericordia -concluyó el Pontífice- Un don que todo pecador perdonado está llamado a compartir con cada hermano o hermana que encuentra…Es hermoso ser perdonado, pero tu también, si quieres ser perdonado, perdona a tu vez. Perdona”.
(Oficina de Prensa de la Santa Sede)