Por Mónica MUÑOZ |

Hemos comenzado la Semana Santa, para una gran mayoría, tiempo en el que reflexionamos sobre la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, después de cuarenta días en los que vivimos de manera más austera que de costumbre, hicimos oración, nos abstuvimos de comer carne los viernes y ayunamos el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y por supuesto, aprovechamos para practicar la obras de misericordia corporales y espirituales… o por lo menos así debió haber sido.  Y es que, desafortunadamente, gran cantidad de personas que se dicen católicas viven de costumbres y tradiciones heredadas por sus padres pero no se preocupan por profundizar en el verdadero sentido de las celebraciones litúrgicas ni del significado de los tiempos fuertes que atravesamos durante todo el año.

 

Por lo mismo, se han convertido en espectadores de una representación teatral que cada año tiene mucho éxito y sirve de pretexto para que hombres y mujeres acudan a ver “Las Tres Caídas” y después sigan la fiesta con bebidas alcohólicas y comida abundante, en lugar de reflexionar sobre lo que el sacrificio de Cristo en la cruz hizo por la humanidad de todos los tiempos.  No es de extrañar que con una fe tan debilitada cedan a invitaciones de otros grupos y cambien fácilmente de religión.

Hace días, cuando iniciaba la Cuaresma, unos hermanos repartían unos folletos donde convidaban a celebrar el “aniversario de la muerte de Jesús”, destacando que ese día explicarían los “beneficios” de la muerte de Cristo.  Qué pena que el acontecimiento salvador que nos devolvió la vida y nos abrió las puertas del cielo se vea reducido a simples “beneficios”.

Quien habla de esta manera desconoce que la historia de la salvación llegó a su culmen con el sacrificio de Cristo en la Cruz, porque el Señor fue obediente a la voluntad del Padre de un modo perfecto. Dicen los teólogos que, siendo Dios mismo quien se ofreció para pagar por los pecados de los seres humanos, el mínimo escalofrío que hubiera experimentado el Niño Jesús en la cueva de Belén hubiese bastado y sobrado para salvar al mundo.

Pero la obediencia de Cristo tampoco tuvo límites y llegó al extremo de la perfección, lo que hizo a San Pablo exclamar: “Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó de sí mismo, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que, al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Fil 2, 6-11)

Y más aún. El sacrificio estaba consumado, pero lo mejor estaba aún por venir. Como lo había anunciado, después de derramar toda su sangre en la cruz, Jesucristo resucitó victorioso venciendo para siempre a la muerte, ganando así para nosotros la salvación. ¡Qué impactante resulta entender la grandeza de la obra salvífica de Dios!, solamente el necio persevera en su error después de conocer la infinita misericordia de su Creador, que ama a sus creaturas hasta el extremo de ofrecer la vida de su propio Hijo para que tengan vida eterna.

No sé lo que esto signifique para otros, pero yo le creo al Señor y me impacta que, a pesar de mis pecados, me ama tanto que está siempre dispuesto a perdonarme, y más todavía, que haya tenido la delicadeza de planear la riqueza de la fe y los sacramentos para darnos la gracia necesaria para alcanzar nuestra meta y llegar a vivir con Él al cielo.

Eso es lo que los católicos vivimos en Semana Santa, por eso no podemos turistear ni pasarnos estos días descansando.  Debemos pedir a Dios que nos ilumine y ayude a profundizar en los misterios del Triduo Pascual para que el Domingo de Resurrección vivamos con mucha alegría el máximo acontecimiento de la humanidad, con la certeza que nos dan las palabras de San Pablo: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe”. (I Corintios 15,14)

¡Que tengan una excelente Semana Santa y felices pascuas de Resurrección!

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