Por Juan Gaitán | @FalsoConFalso
Esta semana ingresé a un salón de clases de primero de secundaria. Pregunté: ¿cuál es el punto central de la predicación de Jesús? Yo esperaba como respuesta “el Reino de Dios”, sin embargo, el primer alumno en levantar la mano dijo: “que nos queramos mucho unos a otros”.
En su propio lenguaje esta respuesta fue correcta. Empero,, comenté que me daba la impresión de que se trataba de una respuesta como de ositos cariñositos, mientras que el amor de Jesús más bien contiene cierto carácter que podríamos llamar “violento”.
¿En qué sentido el amor de Jesús es violento? Consideremos el evangelio del domingo pasado: las personas estaban listas tanto para hacer caer al Señor en un error, como para apedrear sin misericordia a la mujer sorprendida en adulterio.
La respuesta de Jesucristo brota del corazón mismo de Dios en la plenitud de su sabiduría: “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. La reacción de la gente fue retirarse, pero más de uno se habrá ido a casa más que enojado.
Jesús violentó su época. Violentó el pensamiento político, social y, sobre todo, religioso. A tal grado que pagó el precio más alto de la existencia: una muerte violenta.
Pienso en la expulsión de los mercaderes del templo, pienso en la indignación de Jesús al ver al paralítico excluido, pienso en la rabia de los fariseos al ver a Jesús comiendo con publicanos y pecadores, pienso en palestinos queriendo empujar a Jesús por el peñasco.
Pregunté a los muchachos de secundaria: ¿A quién privilegian los gobiernos? Pues normalmente a los empresarios, a los inversionistas, a los grandes corporativos, a los hombres más ricos del mundo. ¿Qué pasaría si en medio de esa lógica mundana, una espiritualidad que pone al pobre, al leproso, a la viuda y a la prostituta en primer lugar, ganara más y más adeptos? Y no sólo eso, sino que sus adeptos entregaran la vida como testigos de esa nueva lógica con gusto.
El amor de Dios es tierno a tal punto que violenta las estructuras del mundo. Las cuestiona, las rompe, las reta, se les para de frente para decirles: ¿por qué estás destruyendo al ser humano?
Jesús quiere que “nos queramos mucho unos a otros”, pero que lo hagamos con valentía, de tal manera que nuestro testimonio logre remover los corazones de piedra. Y la piedra no se quiebra con palabras bonitas, sino con cólera, con un mazo, con dinamita.
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