Por Luis GARCÍA ORSO, S.J. |
El 6 de enero de 2002 la primera plana del periódico Boston Globe traía este titular: “La Iglesia consintió abusos de sacerdotes por años”. No era una noticia cualquiera sino el resultado de una intensa investigación llevada a cabo los meses anteriores por el equipo de cuatro periodistas cualificados denominado Spotlight. Los abusos de pederastia se referían en primer lugar al padre John Geoghan, quien durante casi 30 años había violado cantidad de niños y había seguido ejerciendo el ministerio, trasladado de una parroquia a otra. Finalmente había sido dimitido en 1998 y era inminente su juicio penal. Se supone que sabía del caso el Arzobispo de Boston, Cardenal Bernard Law, que había llegado a la arquidiócesis en 1984. ¿Qué había detrás de este caso? ¿Qué se podía saber? El nuevo editor del periódico pide a Spotlight hacer una investigación confidencial. La película es la narración cronológica de esta investigación.
Los periodistas contactan a víctimas, abogados de estos y de la diócesis, familiares, amistades, exsacerdotes, psiquiatra, arzobispo… Lo que encuentran va sorprendiendo y doliendo tanto al equipo como a nosotros los espectadores. Un caso remite a otro, los juicios que llegaron a la Corte no se hallan en los archivos, más sacerdotes abusadores empiezan a aparecer, hay un patrón seguido por la diócesis: trasladar al sacerdote a otra parroquia, donde vuelven a presentarse violaciones; los obispos auxiliares advierten al Arzobispo, los católicos más cercanos no quieren hablar del problema, casi nadie se atreve a publicar algo, etc. Hay que seguir esta investigación en la película y no adelantar aquí los datos. Todo capta el interés, todo está fundamentado en los hechos históricos, y todo está muy bien llevado por el director y guionista Tom McCarthy.
¿Por qué la Iglesia actuó así, en esta diócesis y en otras? ¿Por qué se guardó silencio? Habrá mucho que opinar sobre esta historia, y seguro habrá opiniones encontradas. La película sugiere una línea de reflexión muy aguda en torno a cómo toda institución se protege a sí misma, incluso ocultando la verdad, pero así el mal sigue creciendo. También aparece el riesgo permanente para la jerarquía de poner por delante el poder y el dinero. Y la subordinación a esta práctica de parte de laicos muy cercanos y practicantes. Más doloroso aún, el testimonio de las víctimas sobre su situación como niños indefensos y pobres ante la imposición abusiva de un sacerdote: un “abuso espiritual”, dice uno de ellos.
La película también insinúa una realidad contextual nada menor: estamos en Boston, la tercera diócesis más grande los Estados Unidos, que en 2001 tenía unos dos millones de católicos dentro de una población de unos tres millones y medio. En el imaginario católico estadounidense, Boston es el triunfo del catolicismo y de los irlandeses en la cuna misma del puritanismo americano. Como se dice en un momento del filme: “Esto es Boston”, y se hace lo que quiera la Iglesia. Lástima que es así una Iglesia en que el Evangelio no interpela.