Por Rodrigo AGUILAR MARTÍNEZ |
¡Cuánto nos ama Jesús, que muere en la cruz como un malvado!
Muere perdonando y pidiendo a Dios Padre que perdone a quienes lo han llevado a ese momento, “porque no saben lo que han hecho”.
Tú y yo, cuando pecamos, nuevamente crucificamos a Jesús; pero Jesús no se cansa de perdonar.
Desde luego que si no reconocemos nuestro pecado o lo callamos porque nos entristece o nos avergüenza, cerramos nuestra puerta y el ofrecimiento del perdón de Jesús se queda fuera.
Pero Jesús sigue tocando a nuestra vida, porque su amor misericordioso es tan fuerte, tan firme, tan fiel, que no puede dejar de perdonar. Sólo espera que nos duela haber pecado y que anhelemos liberarnos del pecado.
Viernes Santo: Dejémonos amar por este Dios que nos sorprende. Dejémonos perdonar.
Luego, perdonémonos porque Dios nos ha perdonado. Hagamos las paces con nosotros mismos, con nuestra historia.
Más todavía, perdonemos de corazón: hagamos las paces con los demás, sea familiares, compañeros de trabajo, vecinos.
Perdonar no quiere decir que ya no nos duela lo que nos hicieron, que demos la razón a quien nos ofendió; sino que no nos dejemos manejar por los sentimientos que nos provocó la ofensa, que hay más nobleza en nuestro corazón. “Vence el mal con el bien”, nos dice san Pablo.
El perdón es una fuerza muy poderosa y penetrante para sanar heridas, para restablecer la relación, para infundir esperanza, para dar un nuevo sentido a seguir viviendo.
¡Gracias, Jesús, por tu muerte llena de perdón y amor! Ayúdame a recibir y compartir lo que me das.