Por Carlos GRAFIAS MERLOS, Arzobispo de Acapulco |

Cuando analizamos  las raíces de la violencia y buscamos soluciones de fondo que conduzcan más allá de la mera seguridad pública, reconocemos que el modelo de desarrollo vigente no proporciona condiciones de vida equitativa para todos, por ello  propicia y genera la violencia. Un modelo de desarrollo que no respeta y valora la dignidad de todas las personas por igual, es generador de desigualdad y, por lo mismo, de violencia  Este es el señalamiento que los obispos mexicanos hacemos en nuestra exhortación pastoral: “En medio de la situación de inseguridad y violencia que venimos considerando y al contemplar el panorama de millones de mexicanos que se han empobrecido, nos preguntamos: ¿puede existir la paz cuando hay hombres, mujeres y niños que no pueden vivir según las exigencias de la plena dignidad humana? ¿Puede existir una paz duradera en un mundo donde imperan relaciones sociales, económicas y políticas inequitativas, que favorecen a un grupo a costa de otro? ¿Puede establecerse una paz genuina sin el reconocimiento efectivo de la sublime verdad de que todos somos iguales en dignidad, porque todos hemos sido creados a imagen de Dios, que es nuestro Padre?” (Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna, 217).

Por ello, la paz tiene que ser obra colectiva, de todos y de todo tiempo. Nadie puede excusarse de no actuar al respecto. Trabajar por la paz es trabajar por la dignificación de todos los mexicanos, sobre todo por la dignidad de las víctimas de la violencia pero también la dignidad de quienes viven en  la pobreza extrema, que es otra forma de violencia. Todos estamos convocados a participar y ser corresponsables desde el lugar propio de cada quien y en el metro cuadrado que ocupa nuestra existencia. Es fundamental la igualdad y el respeto a la dignidad de la persona humana, de la cual todos somos corresponsables para hacer posible esta igualdad,  corresponsabilidad y respeto a la dignidad humana, en la construcción de la paz.

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