Por  Fernando PASCUAL |

 

El fin de la evangelización consiste en llevar los corazones a Cristo. Todo lo demás vale si ayuda a esto, y estorba si busca metas diferentes.

Porque si la felicidad humana solo se encuentra en el amor, y si Cristo nos revela el Amor del Padre y el camino para amar, no hay cosa más importante ni más urgente que acercar a otros a Cristo.

Tenemos que reconocer con pena que a veces buscamos más la propia gloria que la evangelización. El egoísmo se asoma en una catequesis, en una homilía, en un consejo, porque gusta quedar bien y recibir un pequeño aplauso.

Pero si de verdad queremos a los otros, y si tomamos en serio el mandato de Cristo de ir y anunciar, entonces limpiaremos nuestros corazones de intenciones torcidas y buscaremos lo único necesario.

La Iglesia es bella cuando no enciende los reflectores sobre sí misma, sino sobre Cristo (cf. padre Ermes Ronchi, ejercicios espirituales a la Curia, 8 de marzo de 2016). El apóstol es realmente apóstol cuando disminuye, como Juan el Bautista, para que Cristo crezca.

Cuesta, porque nos da miedo desaparecer humildemente en el surco. Pero solo cuando el grano de trigo cae y muere, produce un fruto abundante (cf. Jn 12,24).

Cristo fue el primero en enseñarnos el camino. Así atrae a todos hacia Sí (cf. Jn 12,32). Si amamos como Él amó, si queremos el bien de nuestros hermanos, dejaremos de buscarnos a nosotros mismos y desearemos únicamente acercar a otros al Maestro (cf. 1Co 9,16-22).

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