La solemnidad de la Ascensión nos hace contemplar “el misterio de Jesús que sale de nuestro espacio terrenal para entrar en la plenitud de la gloria de Dios, llevando consigo nuestra humanidad.”. Fue lo que dijo el Papa Francisco antes del rezo de la oración mariana Regina Caeli, al comentar el Evangelio del día de hoy. El evangelista Lucas “nos muestra la reacción de los discípulos ante el Señor que «se separó de ellos y fue llevado al cielo» (24,51). No hubo en ellos dolor y desconcierto, sino «que se postraron delante de él, y volvieron a Jerusalén con gran alegría» (v. 52). Es el regreso de quien no teme más a la ciudad que rechazó al Maestro, que vio la traición de Judas y la negación de Pedro, que vio la dispersión de los discípulos y la violencia de un poder que se sentía amenazado”.

Desde aquél día, continúa el pontífice, “A partir de ese día, para los Apóstoles y para cada discípulo de Cristo, fue posible vivir en Jerusalén y en todas las ciudades del mundo, incluso en aquellas más atormentadas por la injusticia y la violencia, porque sobre cada ciudad, está el mismo cielo, y cada habitante puede elevar la mirada con esperanza. Jesús, Dios, es hombre verdadero, con su cuerpo de hombre ¡está en el cielo! Y esta es nuestra esperanza, es nuestro ancla, que está allí, y nosotros, estamos firmes en esta esperanza si miramos el cielo”.

En este cielo, “habita aquel Dios que se reveló tan cercano al punto de asumir el rostro de un hombre, Jesús de Nazaret. Él es por siempre el Dios-con-nosotros – recordemos esto: Emmanuel, Dios-con-nosotros -, y no nos deja solos. Podemos mirar hacia lo alto para reconocer ante nosotros nuestro futuro. En la Ascensión de Jesús, el Crucificado Resucitado, está la promesa de nuestra participación en la plenitud de la vida con Dios”.

Antes de separarse de sus amigos, retoma el Papa, “Jesús, refiriéndose al acontecimiento de su muerte y resurrección, les dijo: «Ustedes son testigos de todo esto» (v. 48). Es decir, los discípulos, los apóstoles, son testigos de la muerte y resurrección de Cristo, y, en aquel día, también de la Ascensión de Cristo. Y de hecho, después de ver a su Señor ascender al cielo, los discípulos regresaron a la ciudad como testigos que con alegría anuncian a todos la nueva vida que viene del Crucificado Resucitado, en cuyo nombre «debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados» “(v. 47).

Éste, subraya con fuerza Francisco, “es el testimonio – hecho no sólo con las palabras, sino también con la vida cotidiana – el testimonio que cada domingo debería salir de nuestras iglesias para entrar durante la semana en los hogares, en las oficinas, en la escuela, en los lugares de encuentro y de diversión, en los hospitales, en las cárceles, en los hogares de ancianos, en los lugares atestados de los inmigrantes, en las periferias de la ciudad… Este testimonio tenemos que llevar nosotros, cada semana: Cristo está con nosotros; Jesús subió al cielo, está con nosotros. ¡Cristo está vivo!”.

Jesús, continúa, “nos aseguró que en este anuncio y en este testimonio seremos «revestidos con la fuerza que viene de lo alto» (v. 49), es decir, con la potencia del Espíritu Santo. Aquí reside el secreto de esta misión: la presencia entre nosotros del Señor resucitado, que con el don del Espíritu sigue abriendo nuestra mente y nuestro corazón, para proclamar su amor y su misericordia, incluso en los ambientes refractarios de nuestras ciudades. El Espíritu Santo es el verdadero artífice del testimonio multiforme que la Iglesia y todos los bautizados dan en el mundo. Por lo tanto, nunca podemos descuidar el recogimiento en la oración, para alabar a Dios e invocar el don del Espíritu”.

Luego del Regina Caeli, Francisco recuerda la 50ma Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se celebra hoy: “ésta fue querida por el Concilio Vaticano II. De hecho, los padres conciliares, reflexionando sobre la Iglesia del mundo contemporáneo, comprendieron la importancia crucial de las comunicaciones, que «pueden construir puentes entre las personas, las familias, los grupos sociales y los pueblos. Y esto es posible tanto en el mundo físico como en el digital» (Mensaje 2016). Dirijo a todos los agentes de comunicación un saludo cordial, y espero que nuestro modo de comunicar en la Iglesia tenga siempre un estilo evangélico claro, un estilo que una la verdad y la misericordia”.

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