Por Carlos GARFIAS MERLOS, Arzobispo de Acapulco |

El miedo forma parte de nuestra condición humana. Y se presenta en las personas como en la sociedad. Los miedos actuales de nuestra sociedad se deben a la amenaza de la violencia y la inseguridad. La sociedad guerrerense y acapulqueña ha sufrido en carne propia, de manera directa o indirecta, alguna de las variadas formas de violencia generada por el crimen organizado en los últimos años, tales como secuestros, homicidios, desapariciones, desplazamientos forzados, extorsiones, amenazas y cobro de piso, entre otras. Estas violencias dejan secuelas hondas y duraderas si no son atendidas de manera directa y sistemática. Una de ellas, es el miedo que llega a convertirse en terror. Incluso la población no afectada por la violencia en su círculo familiar o cercano, está impactada por el miedo que la circunda. Este miedo se respira en el ambiente y determina conductas, rutinas diarias, actitudes y, aun, estilos de vida. Un efecto que puede provocar el miedo es el aislamiento, la desconfianza y la fragmentación social.

Así como el miedo es una amenaza social puede ser una gran oportunidad para pasar de la parálisis y el deseo de venganza  a la responsabilidad social. Para ello es necesario, en primer lugar, creer en nosotros mismos, en nuestras potencialidades, en la posibilidad de cambiar el presente y de diseñar el futuro de otra manera. Y en segundo lugar, no perder la capacidad de Soñar un Futuro Distinto. Creer que otro mundo es posible. El maldito miedo puede hacer de nosotros una sociedad conformista y agachada que se conforma con migajas y no aspira a la justicia ni a la paz.

 Ahora más que nunca Guerrero y Acapulco necesitan una salida a esta crisis en la cual todos los miedos se conjugan y se mezclan como un torbellino de desesperanza que bloquea el futuro. Derribemos el muro del miedo que no nos permite inventar horizontes nuevos para salir adelante. Necesitamos sacudirnos el miedo desde la interioridad de cada guerrerense y acapulqueño, que se arriesgue a convertirse en una persona responsable de sí misma, de la ciudad y del estado. De otra manera, no hay futuro que sea posible.

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