ESPIRITUALIDAD DEL CINE | Por Luis GARCÍA ORSO SJ |
“Las mujeres están representadas en la ley por sus padres, hermanos o esposos; no pueden tener voto propio”. Así comienza, más o menos, la película británica de Sarah Gravon. Estamos en Londres, hace un siglo, en 1912. En reacción a este postulado, Emmeline Pankhurst anima un movimiento político por el voto de las mujeres inglesas, sufragio que ya había sido planteado desde el siglo anterior, y cuyo movimiento fue creciendo en militantes.
En ese contexto social, la historia del filme se centra en una joven esposa, Maud Watts (interpretada con notable solvencia por Carey Mulligan), que trabaja largas jornadas, desde que era niña, en una lavandería. El ambiente laboral es claramente de sobrecarga, acoso sexual, pesadas exigencias sin derechos. Casi sin querer la joven Maud se encuentra participando con otras compañeras de trabajo en el movimiento por los derechos de las mujeres. Invitadas al parlamento, le corresponderá dar su testimonio personal y abogar por “otra forma de vivir la vida”. Las peticiones no son atendidas y las manifestaciones de la liga de mujeres son reprimidas por la policía. Algunas, como Maud, son llevadas a prisión. En lugar de acobardarse, se animan más pues consideran que no son infractoras de la ley, sino creadoras de nuevas leyes.
De hecho, el movimiento sufragista británico tuvo que tomar tácticas más agresivas y aun violentas para hacerse notar y reclamar, como colocar detonantes en buzones y romper cristales. No lograban el diálogo con las autoridades sino la represión y la cárcel. Y las huelgas de hambre fueron castigadas con alimentación forzada a las mujeres presas.
Siguiendo el personaje de Maud y de otras heroicas mujeres, la película va haciendo sensible la dificultad de ser mujer, madre, esposa, trabajadora, en esa época, y las dosis de sacrificios, lucha, valentía, humillaciones y privaciones que un grupo de mujeres tuvieron que tomar sobre sí para conseguir algunos de los derechos actuales de las mujeres. Con el final de la primera guerra mundial, en 1918, Gran Bretaña aprobó algunos derechos para las mujeres, que sucesivamente fueron aumentando en su Constitución. La señora Pankhurst y la asociación tomó entonces un carácter más favorable al Imperio Británico y en contra del comunismo, que empezaba a extenderse. En México, fue hasta 1953 que se concedió el voto a las mujeres; pero en Arabia Saudita apenas se aprobó en 2015.
A un siglo de distancia, la historia muestra lo difícil de luchar contra un sistema injusto y contra el pensamiento y el poder dominante y establecido. Los logros dependen mucho de que la gente unida cree en aquello por lo que lucha.