Por Francisco Xavier SÁNCHEZ |

El día de hoy quiero contar algo que me sucedió en la parroquia de Nezahualcóyotl donde ayudo como sacerdote los fines de semana. En la Iglesia los otros dos sacerdotes y yo estamos acostumbrados que nos vayan a ver de diferentes lugares (no siempre de nuestra jurisdicción) para ir a visitar enfermos. Cada vez somos menos sacerdotes y las necesidades pastorales aumentan.

En esta ocasión por la tarde del día sábado tocaron a la puerta de la Iglesia para que fuera yo a ver a una persona que estaba agonizando en una colonia vecina. Se trataba de una señora que ya la habían desahuciado en el hospital (IMSS) y que la familia se la había llevado a su casa para esperar prácticamente su muerte. Un caso más de enfermedad ligado a la pobreza de la gente y a la incapacidad de nuestras instituciones sanitarias. Lo que me llamó mucho la atención en este caso fue la solicitud del taxista que por “suerte” la familia encontró para pedirle un servicio. Me contaron que ellos estaban desesperados por encontrar a un sacerdote que diera la unción de los enfermos a la señora en agonía. Ya habían ido a dos o tres parroquias y los sacerdotes no estaban o tenían ocupaciones. De pronto alguien les dijo que uno de sus vecinos trabajaba de taxista y que además iba mucho a la Iglesia y que tal vez él los podría ayudar.

Efectivamente el señor tenía un “taxi” (si se le puede llamar así al vehículo casi destartalado que llegó por mí a la parroquia). El señor taxista durante el trayecto fue animando a los familiares para que tuvieran confianza en Dios. Yo entré a ver a la señora en agonía y después de darle el sacramento de la unción, la comunión y de rezar con la familia, me despedí de la familia para regresar a la parroquia. El señor taxista me estaba esperando porque tenía la comisión de regresarme a la parroquia, ya le habían pagado.

En el trayecto a la parroquia fue el taxista quien me fue evangelizando y hablándome del gran amor de Dios por nosotros. Para él no era “coincidencia” que la familia lo hubiera ido a buscar y que él estuviera libre y en su casa en esos momentos. Todo entraba en lo planes de Dios. Por fin cuando nos despedimos él me agradeció por haber ido a ver al enfermo y me quiso dar $50 pesos. Yo no entendía por qué y no los quise aceptar, además viendo la situación tan precaria de su medio de subsistencia, sabía que era un sacrificio grande para él darme ese dinero. Le agradecí y le dije que era muy amable pero que no los podía aceptar, que mejor rezara por mí. Sin embargo él insistió y me dijo que era una pequeña contribución de su parte por lo mucho que Dios le había dado.

La evangelización nos viene de los pobres. De aquellos que no tienen muchos estudios, ni buenos vehículos, ni medios materiales dignos, pero que tienen a Dios en su corazón. Gracias hermano taxista y que el Señor te siga bendiciendo.

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