Por Jorge TRASLOSHEROS |

En las recientes elecciones el PRI sufrió una clamorosa derrota. Es claro que el ciudadano del común, harto de corrupción y violencia, castigó al partido en el poder. Este hecho inobjetable tiene vertientes muy interesantes.

El voto no se dispersó en la oposición; se concentró en un solo partido, el PAN, identificado con las causas en favor de la vida, el matrimonio y la familia. Es evidente que la iniciativa de Peña Nieto sobre “matrimonio igualitario” gravitó en el ánimo de los electores, como bien lo señaló Martín Orozco, candidato panista triunfante en Aguascalientes, así como Francisco Labastida, distinguido priísta. Antes de la iniciativa presidencial parecía que, incluso en escenarios muy cerrados, el PRI saldría victorioso. Después, ya no fue lo mismo.

La derrota no es simple casualidad. Existe un malestar creciente en la sociedad contra la iniciativa de Peña Nieto, que aumenta conforme se conoce mejor su contenido. Por ejemplo, en ejercicio pleno de su ciudadanía, los cristianos católicos, protestantes y evangélicos, que son la mayoría de votantes, han manifestado de diferentes maneras su rechazo. No son los únicos, aunque sí a quienes más eco han hecho los medios de comunicación.

La rebelión, como es bien conocido, se ha extendido dentro de las filas del PRI, generando enojo entre sus militantes quienes, ante los resultados obtenidos, tendrán más argumentos contra la iniciativa. Harían bien dentro del PRI en ponderar este hecho como una de las causas importantes de su derrota. A la serie de agravios contra la población, sumida en medio de la crisis de corrupción y violencia, ahora se suma la agresión contra la familia que es, por mucho, la única institución en la cual los ciudadanos podemos confiar, porque en ella encontramos apoyo y protección.

La aritmética juega en la política. El Ejecutivo no tendrá que caminar mucho, para darse cuenta que los números no le cuadran. Existe una rebelión dentro PRI, por lo que han prometido respetar la conciencia de sus legisladores. No puede contar con ellos como un bloque disciplinado. La iniciativa podría pasar por la Cámara de Diputados presionando, torciendo manos, pateando, es decir, ejerciendo violencia contra sus militantes; pero muy difícilmente saldría avante en el Senado. Necesita al PAN completo y la mayoría del PRI, algo muy complicado de lograr. Cabe preguntarse, ¿el PAN dejaría escapar su notable victoria, para sumarse a una iniciativa presidencial que abona al cúmulo de agravios contra los mexicanos? ¿Qué ganarían los panistas renunciando a su doctrina en un momento en que la sociedad la confirma? ¿Qué ganarían los priístas sumándose a una causa que evidentemente los perjudica y que al interior los divide? Tendrían que ser suicidas. El mensaje electoral es contundente.

El grupo asesor del Presidente debería darse cuenta de que éste es el momento de modificar sustancialmente su controvertida propuesta. El mandatario tiene tres posibilidades. La primera es retirar definitivamente su iniciativa aceptando su fracaso, lo que parece inviable pues le dejaría lisiado hasta el final del sexenio. La segunda es intentar imponerla por la fuerza, arriesgándose a una derrota personal y aumentando el malestar social de manera innecesaria, pues lo último que necesitamos es más violencia, real o simbólica. ¿Para qué dividir cuando es urgente sumar?

Existe la tercera vía que es, con mucho, la mejor alternativa. Consiste en modificar la iniciativa en dos puntos: uno, resguardar la institución matrimonial para la unión de un hombre con una mujer, restituyendo al mismo tiempo la legitimidad de la procreación como uno de sus posibles fines (no vinculante, pero siempre presente) y; dos, aprovechar la generosidad y ductibilidad del derecho civil para crear nuevas instituciones que resguarden nuevas situaciones.

La tercera vía es la más razonable pues, al mismo tiempo: daría un respiro al Presidente Peña Nieto (que mucha falta le hace); apaciguaría la rebelión al interior de su partido; tendería puentes eficaces de encuentro con la sociedad civil y otras representaciones políticas y; mucho más importante, conciliaría en justicia las legítimas demandas de una sociedad plural, hambrienta de paz y justicia con dignidad. La tercera vía es el único espacio donde los diferentes intereses convergen en miras al bien común. Es ahora que el presidente debe vestirse de estadista.

Para avanzar en este camino centrado en la razón, razonable y respetuoso, es necesario que las partes recobren el sentido del humor, evitando aburridas solemnidades, para abrir anchas avenidas al sentido común.

jtraslos@unam.mx
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