Por Antonio Maza Pereda |

Una sociedad sana no se da sin una familia sana. Parecería algo obvio, pero no es tanto. Pero tiene toda la lógica: si la familia es la célula básica de la sociedad, es de esperarse que si esta célula básica está enferma, la sociedad completa no puede estar sana.

Sin embargo, la relación puede no ser tan clara. Los efectos de una familia sana se ven, principalmente, en el largo plazo. Se ven cuando los hijos forman sus propias familias y cuando los hijos de éstos forman las suyas. No se ven soluciones inmediatas. Mejorar hoy la salud de nuestras familias no traerá resultados inmediatos en el muy corto plazo, observables en los términos de los tiempos televisivos e informáticos. Es una siembra a largo plazo.

Cuando hablamos de la sociedad y de la familia nos podemos situar desde muchos ángulos: el político, el social, del económico, el sociológico, el psicológico y el religioso. Incluso en un tema tan básico como pueda ser el de la salud física. Y, por supuesto, también desde el ángulo jurídico. Pero ninguno de ellos agota el tema de la familia. Sí, podemos y debemos estar conscientes de que hay ahora muchos peligros para la salud de la familia, salud entendida en un sentido amplio y desde todos los ángulos que arriba mencioné. Sí, podemos plantearnos el tema como una batalla, como lo implica el título de este artículo.

También podemos planteárnoslo como una lucha ascética: una lucha dentro de nuestros corazones y dentro de nuestro espíritu. Allí, en mi opinión, está la verdadera lucha. Porque si nuestras familias no están sanas, podrán ser fácil presa de cualquier peligro. Si nuestras familias no están generando amor y misericordia entre nosotros, sus miembros, nuestra familia no estará sana. Porque esto es el núcleo, es el fundamento de la fortaleza de la familia. En los primeros siglos de la Iglesia, no había legislaciones que protegieran los conceptos cristianos de la familia. Había innumerables peligros. Y en medio de ese ambiente definitivamente hostil, florecieron las familias cristianas. Y florecieron porque generaban amor entre sus miembros. El mayor argumento para convencer a un no cristiano era muy simple: «miren como se aman».

¿Podría decir esto mismo nuestra sociedad actual cuando habla de las familias cristianas? En buena hora se dé una defensa eficaz de la familia, en todos los múltiples campos donde ésta tenga que ser defendida. Pero la defensa eficaz, la que dé resultados a largo plazo, la que no dependerá de la buena voluntad de políticos y legisladores, siempre será la que se dé en el interior, en la que se dé por padres e hijos esmerándose cada vez más por tratarse siempre con amor y misericordia.

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