Por Fernando PASCUAL |

 

Una piedra cae. Una llama calienta. La lluvia moja. Son acciones necesarias.

Un hombre devuelve un objeto prestado. Otro hombre miente. Son acciones libres.

La necesidad se da en acciones que no pueden ser de otra manera. La libertad explica acciones que pueden ser diferentes.

Por eso nadie premia a una pared por no caerse, mientras que alabamos a un político honesto o castigamos a un vendedor que engaña a sus clientes.

La característica que distingue al ser humano de los demás seres de nuestro planeta consiste precisamente en la libertad.

No todo lo que hacemos, ciertamente, procede de la libertad. Muchas acciones que realiza nuestro estómago siguen leyes que no podemos controlar.

Pero otras muchas acciones surgen desde voluntades libres, y entonces podemos decir que uno es responsable de las mismas.

Toda la experiencia humana de las alabanzas y de las condenas, en el pasado y en el presente, se explica desde la distinción entre necesidad y libertad.

Por eso muchos pueblos y culturas premian e incentivan aquellas acciones que promueven el bien, y condenan y rechazan las que provocan daños sobre inocentes.

No somos, por lo tanto, esclavos de leyes inflexibles ni autómatas teledirigidos por otros. Cada ser humano, menos en casos de enfermedades psíquicas terribles, goza de una libertad maravillosa.

En el planeta que habitamos, miles de eventos necesarios se entrelazan con miles de acciones libres. El resultado, muchas veces, sorprende, en sus momentos más dramáticos o en sus giros más hermosos.

Solo al final de la historia humana reconoceremos cuántos daños han sido causados por el mal uso de la libertad de algunos y cuántos bienes han surgido gracias a la bondad de otros. Y, ojalá, los segundos sean más numerosos que los primeros…

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