Por Felipe ARIZMENDI ESQUIVEL, Obispo de San Cristóbal de Las Casas |
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Quienes raparon a maestras y maestros en Comitán, por no apoyar el movimiento magisterial, eran jóvenes. Quienes les rodeaban y aplaudían eran adolescentes, e incluso niños. No faltaba alguna persona mayor. Me pregunto: ¿De qué familia proceden? ¿Tienen padres que les hayan dado cariño y buenos principios? ¿O en su hogar sólo vieron pleitos, golpes, groserías, infidelidades, embriaguez? En este caso, ¡qué juventud se está deformando en el país!
Los narcos enrolan a jóvenes que ni estudian ni trabajan, que no tienen oportunidades, que se escaparon de casa, pues en ella no había un ambiente agradable y pacífico, sino sólo violencia. Salieron en busca de aventura, huyendo de su familia, que no lo era, sino sólo una casa donde dormían y comían. Algunos se acostumbraron a recibir todo, no aprendieron el valor del trabajo sencillo y honrado, y ahora quieren tener mucho dinero. No les importa matar, secuestrar, vender droga, con tal de tenerlo, rápido y fácil. La raíz de esta juventud está en la carencia de una verdadera familia.
Tener hijos por aquí y por allá; iniciar y terminar convivencias maritales sin estabilidad; cambiar de pareja con relativa facilidad e irresponsabilidad; estar pocas horas en casa por los horarios del trabajo de papá y mamá… Todo esto hace que los niños crezcan sin cariño, inseguros, descontrolados, aprendiendo que la única forma de sobrevivir es la violencia, sin consideración a los derechos de los demás. Sin familia, no hay un futuro esperanzador.
Y ahora que quieren minar en su misma base la familia, diciendo que cualquier relación puede ser un “matrimonio igualitario”, ¡a dónde vamos a parar! Eso no es familia; eso no es matrimonio; eso es propiciar un caos social, que se nos viene encima. Hay quienes dicen que la derrota tan notable que sufrió el partido en el poder federal, en las elecciones del domingo pasado, son una reacción por la iniciativa presidencial.
PENSAR
El Papa Francisco, en su Exhortación La alegría del amor, dice: “La sociedad y la política no terminan de percatarse de que una familia en riesgo pierde la capacidad de reacción para ayudar a sus miembros. Notamos las graves consecuencias de esta ruptura en familias destrozadas, hijos desarraigados, ancianos abandonados, niños huérfanos de padres vivos, adolescentes y jóvenes desorientados y sin reglas. Como indicaron los Obispos de México, hay tristes situaciones de violencia familiar que son caldo de cultivo para nuevas formas de agresividad social, porque las relaciones familiares también explican la predisposición a una personalidad violenta. Las familias que influyen para ello son las que tienen una comunicación deficiente; en las que predominan actitudes defensivas y sus miembros no se apoyan entre sí; en las que no hay actividades familiares que propicien la participación; en las que las relaciones de los padres suelen ser conflictivas y violentas, y en las que las relaciones paterno-filiales se caracterizan por actitudes hostiles. La violencia intrafamiliar es escuela de resentimiento y odio en las relaciones humanas básicas” (No. 51).
“Nadie puede pensar que debilitar a la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio es algo que favorece a la sociedad. Ocurre lo contrario: perjudica la maduración de las personas, el cultivo de los valores comunitarios y el desarrollo ético de las ciudades y de los pueblos. Ya no se advierte con claridad que sólo la unión exclusiva e indisoluble entre un varón y una mujer cumple una función social plena, por ser un compromiso estable y por hacer posible la fecundidad” (No. 52).
“El varón juega un papel igualmente decisivo en la vida familiar, especialmente en la protección y el sostenimiento de la esposa y los hijos. La ausencia del padre marca severamente la vida familiar, la educación de los hijos y su integración en la sociedad” (No. 55).
ACTUAR
Quienes amamos nuestro país y no dependemos de consignas económicas externas, salvemos la familia, no sólo defendiendo que debe estar formada por un hombre y una mujer, sino procurando que haya amor, diálogo, responsabilidad y educación en valores. La fe nos inspira.