Por Juan Gaitán | @Mundoyfe

Recientemente, una persona católica (al menos eso entendí), me enlistó todo lo que cree que está mal en la Iglesia: Que la gente no conoce su fe, que nuestro conocimiento bíblico es pobre, que no vamos a misa, que las parejas no se casan y las casadas se divorcian, que ya casi nadie se confiesa, que los padres no conocen el nombre de sus fieles, que en la misa no se conocen unos a otros, que la gente cree que discriminamos a los homosexuales, y un gran etcétera.

Ciertamente me sentí un poco abrumado, aunque no dijo nada que no hubiera escuchado antes. Ante la metralla, respondí de la mejor manera que pude desde una postura, creo yo, teológica y católica

De ahí, el tema derivó a cómo la Iglesia navega con la solidez de la fe en Dios, pero con muchas fallas (¿pecados?) que han dejado nuestra credibilidad ante la sociedad en un nivel lastimero.

Ante eso me pregunté: ¿qué siento cuando alguien critica a “los católicos”?, ¿cómo reacciono cuando escucho ataques francos a mi madre Iglesia?

El criterio tendría que ser el actuar de Jesús, el Evangelio, el Reino de Dios. Dice Mateo: “Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan, y cuando, por mi causa, os acusen en falso de toda clase de males.” (Mt 5, 11).

Mi pregunta entonces fue: ¿realmente nos injurian y “persiguen” por causa de Jesús? ¿U otra razón es la causa de las críticas y “ataques” que son dirigidos hacia los católicos?

Entre otras cosas, a la persona que me enlistó las cojeras de la Iglesia, le respondí que al católico que, a ejemplo de Jesucristo, se entrega por los marginados, aunque lo haga sin anunciarlo y a escondidas, nadie lo critica, porque se le nota cómo el cristianismo en él es un bien para el mundo.

Cuánta falta nos hacen en la Iglesia grupos de referencia. Es decir, comunidades de las que se pueda decir: ¡ellos son católicos y hacen tanto bien a los demás! ¡Son católicos y se me antoja ser como ellos! Los “grupos de referencia” o “primeras comunidades cristianas” constituyeron el éxito de la expansión del cristianismo en los primeros dos siglos después de Cristo.

En la Iglesia tenemos tantas fortalezas, valores, virtudes… ¡tenemos la fuerza dinámica del Espíritu Santo! Lo tenemos todo para vivir el Evangelio de Jesucristo, humildes y misericordiosos junto a quienes más necesitan un apoyo.

Si fuéramos determinados discípulos del Hijo de Dios, aunque fuésemos ignorantes en temas bíblicos, aunque no entendiésemos la misa por completo, el testimonio arrasaría y la sociedad, en vez de criticar, desearía ser como los católicos. ¡Ahí está el reto que sólo se puede lograr de la mano de Dios!

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