“Ofrecer el testimonio de la misericordia en el mundo de hoy es una tarea a la cual nadie puede substraerse. El mundo necesita perdón; demasiadas personas viven encerradas en el rencor y cultivan el odio, porque son incapaces de perdonar, arruinando su propia vida y hacia los otros en vez de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz”. Es la urgencia que el Papa Francisco comunicó esta tarde durante su visita a la Porciúncula, la iglesita que está dentro de la basílica de S. maría de los Ángeles para la cual san Francisco de asís aseguró el así llamado “perdón de asís”, del cual se celebra este año el VIII centenario.

Es justamente esta urgencia que llevó al Papa Francisco a una invitación fuera de programa: al final de su homilía propuso a los obispos y frailes presentes ir a los confesionarios para celebrar el sacramento de la reconciliación. “También yo- dijo iré al confesionario poniéndome a disposición del perdón”.

El Papa llegó hacia las 4 a la basílica y entrando en la Porciúncula permaneció diversos minutos en silencio. Inmediatamente después el diácono proclamó el Evangelio de Mateo (18,21-35). Comentando el pasaje, el Papa Francisco subrayó que “el perdón es ciertamente la vía maestra” para alcanzar el Paraíso.

¿Por qué debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal? Porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados, e infinitamente más. La parábola nos dice justamente esto: como Dios nos perdona, así también nosotros debemos perdonar a quien nos hace mal. Exactamente como en la oración que Jesús nos enseñó, el Padre Nuestro, cuando decimos: «Perdona nuestros pecados como también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo» (Mt 6,12). Las deudas son nuestros pecados ante Dios, y nuestros deudores son aquellos que nosotros debemos perdonar.

Recordando luego la experiencia de cada uno cuando va a confesar los propios pecados, el Papa agregó: “Dios no se cansa de ofrecer siempre su perdón cada vez que lo pedimos. Es un perdón pleno, total, con el cual nos da certeza que, no obstante podemos recaer en los mismos pecados, Él tien piedad de nosotros y no deja de amarnos”

El problema, desgraciadamente, surge cuando nosotros nos ponemos a confrontarnos con nuestro hermano que nos ha hecho una pequeña injusticia. La reacción que hemos escuchado en la parábola es muy expresiva: «Págame lo que me debes» (Mt 18,28). En esta escena encontramos todo el drama de nuestras relaciones humanas. Cuando estamos nosotros en deuda con los demás, pretendemos la misericordia; en cambio cuando estamos en crédito, invocamos la justicia. Esta no es la reacción del discípulo de Cristo ni puede ser el estilo de vida de los cristianos. Jesús nos enseña a perdonar, y a hacerlo sin límites: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (v. 22). Así pues, lo que nos propone es el amor del Padre, no nuestra pretensión de justicia. En efecto, limitarnos a lo justo, no nos mostraría como discípulos de Cristo, que han obtenido misericordia a los pies de la cruz sólo en virtud del amor del Hijo de Dios.

Y antes de dirigirse hacia el confesionario para administrar el sacramento de la reconciliación, concluyó: “El Señor nos dé la gracia de decir que la palabra que el padre no deja terminar, como al hijo pródigo: nosotros empezamos a hablar: “Padre, perdóname, he pecado… y el Él nos tapa la boca y nos reviste. El padre siempre mira el camino en espera que venga el hijo pródigo. Y todos nosotros lo somos”

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