Por Mónica MUÑOZ │

No cabe duda que los tiempos que vivimos han sobrepasado la imaginación del escritor más osado. Hace unos años nadie hubiera podido imaginar que las barreras de la comunicación se verían traspasadas por el invento de la televisión. Hoy es una realidad que las televisoras atraviesan graves problemas para mantener fiel al auditorio, sobre todo a las nuevas generaciones, que ya no se interesa por sus series, noticiarios y telenovelas.

Y no sólo en cuestión tecnológica. Lo más grave es que se están dejando atrás todo los valores por los que lucharon nuestros antepasados, como el amor a la patria, la honradez, la honestidad, la verdad y, sobre todo, el respeto. Si no, demos un rápido vistazo a las relaciones entre los jóvenes de ahora. Creen que tener un noviazgo implica sexo, porque no se les ha enseñado que es una etapa que antecede al matrimonio y que para conocer a la persona con la que se desea pasar el resto de la vida, debe existir un proceso de conocimiento profundo hasta llegar al convencimiento de que se trata de la persona indicada y no empezar por el final, sino ir paso a paso para evitar, hasta donde sea posible, un fracaso rotundo.
Respetar a la otra persona en su deseo de permanecer virgen hasta el matrimonio es una situación que parece anticuada y hasta se ridiculiza al que se atreve a expresarlo, los jóvenes tienen prisa por experimentar porque no se les ha dicho que son personas valiosas y no juguetes para satisfacer deseos egoístas. Tampoco han aprendido que deben respetarse y no permitir que nadie los use, ¿cómo, entonces, serán capaces de distinguir el daño que esas relaciones provocan a sus almas y vidas, en las que tendrán un vacío constante que nada podrá llenar, porque no podrán estar en paz mientras los ate el deseo sexual?

Y más aún. Los límites que naturalmente marcaban la diferencia de edades, se ha perdido. Es fácil para esos chicos mirar con desdén a los adultos, tutearlos y menospreciarlos por cualquier cosa, sea que no estén de acuerdo con ellos en temas cruciales como la familia y el matrimonio natural o se trate de nimiedades como el uso de un dispositivo móvil. Creen que merecen todo sin esfuerzo, tratando a sus padres como si fueran sus sirvientes, en lugar de agradecer los sacrificios que realizan para mantenerlos en un nivel de vida digno.

Y qué decir de los maestros y sus alumnos, antiguamente el educador era toda una autoridad moral debido a su profesión de ayudar a formar hombres y mujeres de bien, actualmente es visto sólo como una niñera que se hace cargo de los hijos ajenos mientras los papás trabajan y encuentran un espacio en su tiempo laboral para recogerlos y llevarlos a casa de los abuelos o quien se preste para cuidarlos el resto de la jornada. Por supuesto, esto genera graves carencias emocionales y educacionales, por una parte, porque los hijos pasan demasiado tiempo alejados de sus padres, que no pueden brindarles la atención necesaria para acompañarlos e inculcarles valores y corregirlos en sus fallos. Por otro, porque cuando por fin tienen oportunidad de descansar, aprovechan para realizar tareas domésticas atrasadas, olvidando lo más importante: la convivencia con sus hijos. Por esto, los niños son orillados a hacer lo que les venga en gana, y crecer sin la guía de sus progenitores.

Por eso no es de extrañar que las faltas de respeto estén a la orden del día y se reflejan en todos los ámbitos sociales: la casa, la escuela, el parque, el centro comercial, la calle y hasta la iglesia.
Eso me lleva a recordar lo que algunas personas han estado haciendo en últimos tiempos: entrar a profanar templos e interrumpir las celebraciones litúrgicas, cayendo en el sacrilegio, que es una falta de respeto hacia lo sagrado en grado máximo, todo porque lo que se predica no se acomoda a su manera torcida de pensar, pues nada de bueno puede tener una ideología que lleva a atacar a quien piensa distinto. Hace unos días, cobardemente fueron rayadas las paredes de la arquidiócesis de México, mientras unos personajes disfrazados de manera ofensiva se ocultaban detrás de máscaras y maquillaje grotescos para vociferar consignas contra los representantes de la Iglesia católica, todo porque se oponen a los matrimonios homosexuales. ¿Cómo pueden exigir respeto quienes desconocen hasta el significado de la palabra? Y con mayor razón traspasan los límites de la decencia para arremeter contra quienes desean preservar la santidad de la unión entre hombre y mujer. Basta citar el primer libro de la Biblia: “Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Hombre y mujer los creó. Dios los bendijo, diciéndoles: ‘Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla’.” (Gén 1,27-28)
Por supuesto, eso no significa nada para quienes, neciamente, se obstinan en negar que los hijos son fruto del amor entre un hombre y una mujer que libremente se han comprometido a educarlos, mantenerlos y formarlos en la fe y valores para transformarlos en seres humanos útiles para la sociedad. Pero los oscuros intereses de quienes quieren implantar la ideología de género no contaban con que los padres de familia que entienden los efectos nocivos que se desatarían si se llegara a aprobar en nuestro país, despertarían y se han organizado para manifestar, de manera pacífica, su rechazo a la iniciativa de reforma del artículo cuarto constitucional que ha enviado el presidente a la cámara de diputados. México reacciona y no se trata de oponerse a los hermanos, ni de estar unos contra otros, sino de defender la familia natural, célula de la sociedad.

Ojalá entendamos que el respeto se refiere a considerar digno al otro y tolerar lo que no nos gusta, por la simple razón de que todos somos diferentes y tenemos los mismos derechos a expresarnos y manifestar nuestras ideas, sin dañar a los demás y sin que nosotros seamos objeto de injurias. Dios nos ayude para recuperar la paz de nuestra patria.

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