Por Jorge TRASLOSHEROS |

Ha llegado a México Franco Coppola, el nuevo nuncio del Papa. Según información disponible, se trata de un hombre experimentado en lugares de conflicto y con gran capacidad de diálogo. Francisco nos mandó uno de sus mejores hombres.

Cuando me preguntan qué podemos esperar del Nuncio, respondo que no tengo la más pálida idea. En cambio, me queda muy claro lo que él necesita de los católicos mexicanos: oración, apoyo y acompañamiento, entre otras, por las siguientes razones.

1.- El Nuncio no es un diplomático común. A diferencia de cualquier embajador, no representa intereses nacionales porque la Iglesia no es una nación, sino un pueblo presente en todo el planeta. El Nuncio es el representante del Papa, evangelizador en jefe de la Iglesia, que trae por misión: a) entablar un diálogo con los católicos del lugar, para ayudar a que la Iglesia sea más Iglesia y: b) tender puentes de encuentro con la sociedad y las autoridades constituidas, para favorecer relaciones basadas en la justicia y la paz. De ambas cosas estamos urgidos en México.

2.- Los mexicanos somos un pueblo herido y muy enojado por el ambiente cotidiano de violencia y corrupción que lastima seriamente el tejido social. Los políticos no parecen darse cuenta cabal de la gravedad de la situación, entretenidos en sus politiquerías cotidianas y por la sucesión presidencial de 2018. Los ciudadanos somos entes de desecho. Estudios serios indican que los mexicanos sólo confiamos en tres instituciones: la familia, las Iglesias y el Ejército. En quienes menos confiamos es en los políticos. Un diagnóstico lapidario. Nuestra república está fracturada.

3.- En las últimas décadas la sociedad mexicana ha crecido y se ha diversificado profundamente. Por lo mismo, no existe una sola institución social, política, religiosa o cultural que pueda abarcar al común de los mexicanos. La democracia, más que un sistema electoral, es una necesidad de convivencia en pos del bien común. En general, los ciudadanos lo entendemos bien. Los políticos, no. Por eso desconfiamos de ellos.

4.- Es un hecho que los católicos mexicanos perderíamos en un concurso de santidad; pero, en cambio, somos buenos pecadores que buscamos honestamente a Dios. Lo cierto es que la Iglesia se encuentra inmersa en un proceso de transformación interesante. Las persecuciones religiosas, violentas y de baja intensidad, nos dejaron por herencia un catolicismo vergonzante, incapaz dar razones de su esperanza con claridad. Por fortuna, las nuevas generaciones parecen ver las cosas de distinta manera. Poco a poco, los católicos hemos aprendido a ser sociedad civil y, la verdad, nos sentimos muy cómodos. Un signo de esperanza es que los políticos, intelectuales, académicos e ideólogos de siempre, aferrados a sus añejos prejuicios, no entienden lo que sucede. Añoran los tiempos de una catolicidad amaestrada y nos exigen silencio. Pierden su tiempo. La Iglesia da muestras de salud cuando es capaz de desbordar los estrechos márgenes de la geometría política.

5.- Los laicos estamos despertando. Solemos vivir apegados a la religiosidad personal y popular; pero sin traducirla en participación cívica. Esto nos hace mucho daño, porque ser buen católico y virtuoso ciudadano son aspectos integrales del testimonio de la fe. Por fortuna, en distintos lados se dan muestras de un laicado con mayor decisión, capaz de tomar los problemas en sus manos. Y no me refiero sólo a las multitudinarias marchas a favor de la familia. Han sido una loable expresión de este laicado dispuesto a la esperanza, pero en manera alguna le agotan. Hay esfuerzos más humildes, en zonas de gran conflicto, que es necesario observar con mucha atención.

6.- Los obispos me llenan el corazón de esperanza. Son pastores esforzados que le tomaron la palabra al papa Francisco y quieren impregnarse del olor de sus ovejas. A veces no saben cómo y se preocupan, pero no dejan de buscar. Como cualquier otro mexicano, se muestran confusos ante la gravedad de la crisis de humanidad que nos agobia. Cuando hablan como colegio apostólico, su palabra resuena como campana bien tañida. Necesitamos un repique constante que llame a esperanza.

7.- Me preocupan los institutos de vida religiosa. Los veo distraídos del evangelio, al margen de la vida cotidiana de los laicos, con honrosas excepciones. Su ausencia en los debates de la sociedad civil duele. Alguna vez su voz fue como un chorro de agua fresca; pero ya nada más les queda un chisguete. Aquí, entre los laicos del común, los extrañamos mucho.

Mucho más podría decir, pero con lo dicho, basta.

jtraslos@unam.mx
Twitter:
@jtraslos

Por favor, síguenos y comparte: