Testimonio de Mario Garfias alias El Alacrán: antes «padrote» ahora lucha contra las redes de prostitución en México

La familia en la que creció lo llevó a vivir una vida desesperanzadora, rodeado de la prostitución y la trata de personas. Mario tuvo que pisar la cárcel para sanar su corazón, encontrar a Dios, una nueva forma de vida y nuevos motivos para continuar. Hoy lucha contra las redes de la prostitución en México.

Por @ChuchoPicón

Mario Hidalgo Garfias creció en una familia disfuncional. Su madre era prostituta y alcohólica, y su padre estaba ausente. Vio y oyó lo que un niño no debe y esto lo llevó a convertirse en un ladrón, en un «padrote».

«Mi madre, aparte de ser alcohólica, nos golpeaba brutalmente. Cuando tenía 12 años, mi mamá se metió a trabajar a un cabaret para poder sustentarnos y la prostitución fue normal para nosotros. Nos criamos todos los días con infinidad de mujeres que mi mamá llevaba a la casa, mujeres y clientes. Para nosotros fue normal la prostitución durante 15 años».

Con el paso de los años, Mario aprendió «mañas» para sobrevivir. El hecho de sólo conocer ese mundo, lo llevo a hacer de todo: comenzó por robarle el dinero a las mujeres y termino por prostituirlas, golpearlas y hasta secuestrarlas.

«A la edad de 17 años entré a trabajar a un hotel clandestino de La Merced, en la Ciudad de México. Desgraciadamente aprendí cómo quitarles el dinero a las mujeres sin necesidad de golpearlas. Primero aprendí a quitarle el dinero a una mujer mintiéndole, porque le dije que mamá estaba enferma y ella saco dinero de su bolsa y me dijo ‘ten, llévale a tu mamá’.

«Después de eso enfermé a mi mamá una y otra vez con tal de sacarles dinero a las mujeres.

Entonces, con el paso del tiempo, llegue a tener no nada más una, sino varias, infinidad de mujeres y fue peor, porque ya no sólo era engañarlas, ya también era secuestrarlas, era golpearlas, ya también era obligarlas, amenazarlas y así duré dos años hasta el seis de julio del 2003».

Sin intención de dejar lo que para él ya era un negocio, una forma de ganarse la vida, llegó a encabezar la red de prostitución conocida como «Los Garfias».

Un día, junto con su hermano, se llevó a una joven. Él cuenta que ella iba por voluntad propia, pero cuando ésta regresó a su casa… fue el fin del negocio de Mario.

«Un día nos llevamos a una muchachita. Su mamá se dedica a lo mismo que nosotros, digo nosotros porque con el paso del tiempo contraté a mis demás hermanos, y ya toda mi familia estaba involucrada en lo mismo que yo. Un día me lleve a una muchachita. Nunca la golpeamos, nunca le hicimos nada, se fue porque ella quería andar con mi hermano. Entonces, cuando ella regresó a su casa, para que su mamá no la regañara ella le dijo: ‘es que me secuestraron, me violaron, me querían poner a trabajar’.

«Y entonces la señora me denuncia por el delito de violación, secuestro y corrupción de menores; fue la primera vez que caí al reclusorio.

«En el reclusorio me acusan por los delitos de lenocinio, corrupción de menores, asociación delictuosa, violación, secuestro e intento de corrupción de menores; seis delitos.

«Llegar a la cárcel no fue nada fácil, lo primero que hacen es golpearnos, le dan a uno la bienvenida; son leyes de la cárcel, que aunque no están escritas, se dan. Dentro de la cárcel conocí a Jesús y por primera vez en mi vida tuve paz, tuve perdón.

«La sentencia, que en un principio iba ser de 18 años, se bajó a 11 años. Nos bajaron la sentencia a 11 años porque en aquel entonces el juez no sabía ni como sentenciar el delito de trata de blancas. Hoy por ese delito son hasta 40 años».

«El alacrán», como lo conocían en el bajo mundo, tuvo la oportunidad de regenerarse y lo hizo. Cuando salió de la cárcel conoció varias fundaciones que luchan contra la trata de personas y ahora se unió a ellas.

«Fui un ‘padrote’. Es vergonzoso decirlo porque se oye hasta mal. Fui un ‘padrote’ y ahora, gracias a Dios, mi lucha es con aquellos que se dedican a lo mismo que yo».

El valor para continuar su lucha viene de Dios porque «Dios me cuida y eso es algo que aprendí en la cárcel. No me voy a morir hasta que Dios diga que me voy a morir. Lo que me fortalece es ese texto de la Biblia que dice que es preferible morir haciendo el bien que haciendo el mal, así que si hoy padeciera por eso, no pasaría nada».

Preocupado por la situación actual, hace un llamado a hombres y mujeres. A los primeros, para que no fomenten la prostitución porque «desde el momento en que contratan un ‘servicio’ están permitiendo que vendan a una mujer», y a las mujeres, que «se valoren a sí mismas, porque si no lo hacen le dan oportunidad a los padrotes de podérselas llevar rápido.

«Sepan que de cada 100 mujeres que desaparecen, la mayoría menores de 18 años, solo dos regresarán a casa; de las otras 98 la mayoría muere, unas se suicidan, otras las matan, otras no regresan por pena y otras se vuelven victimarias».

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