Por Felipe MONROY |

Hacer un filme sobre un santo siempre supone un reto mayúsculo. Mostrar la vida de una persona y su circunstancia al tiempo de delinear las intenciones de la ‘voluntad de Dios’ sin caer en exageraciones fantásticas exige un sobrio equilibrio entre la realidad y la devoción. La tentación de poner sobre los hombros de un actor la pesada carga hagiográfica de un personaje venerado suele ser tan grande como la de banalizar el espíritu singular de un hombre o una mujer que logró alzarse entre sus semejantes cuando su ejemplo se hizo imprescindible para su época.

Con esto debieron lidiar Paolo Dy y Cathy Azanza en la nueva adaptación de la historia personal de san Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús, una de las congregaciones religiosas más compleja, extendida e importante del mundo. No es la primera versión cinematográfica del santo vascuence, en 1949 José Díaz Morales realizó su particular San Ignacio de Loyola (en algunos países hispanos titulada Capitán de Loyola) con el galán madrileño Rafael Durán. Sin embargo, la película Ignacio de Loyola (2016) es una audaz producción de la Fundación de Comunicaciones Jesuitas en Filipinas que busca actualizar la conversión del joven noble Íñigo López de Loyola en el lenguaje del siglo XXI.

La historia es lógicamente la conocida entorno al fundador jesuita. Tras ser educado en la nobleza, Íñigo (Andreas Muñóz), el gentilhombre aficionado a las lecturas de caballería y a las fantasías heroicas como militar fiel al reino de Castilla, vive un proceso de conversión para ser un regio caballero de la cristiandad. La producción sigue al joven Íñigo de Loyola en su periplo europeo donde encuentra la pobreza, la mendicidad, el dolor, la caridad, la práctica de la bondad y el discernimiento sobre la misión que cada persona tiene en la vida.

A diferencia de la versión de 1949, el filme de Dy y Azanza no incorpora pasajes místicos de la biografía espiritual del santo, como la visión de la Virgen María con Jesús o el encuentro con Dios Padre y Jesús donde se le pide su obra y servicio. Sin embargo, la aportación que la película de 2016 hace al relato de conversión de san Ignacio se encuentra en la profundidad de los diálogos sin la impostación del clásico cine teatralizado. Así, frases como la del religioso Sánchez salen casi imperceptibles: “La Iglesia siempre ha estado rota, pero está viva. Y para sobrevivir debemos aprender y escuchar. Incluso a gente como él. Gente que desea encarar a los frentes de la primera línea y conducir a la Iglesia allí donde teme ir”; o la que expresa el inquisidor que reflexiona el juicio contra Ignacio: “Tenemos suficientes pensadores y poetas. Quizá en esta época la Iglesia necesite la mente de un soldado. Después de todo, somos lo que se dice ‘la Iglesia Militante’”.

Finalmente una que le dicen a Ignacio en los prolegómenos de una batalla perdida: “Piensas como si fueras un general y pudieras decidir sacrificar a tus hombres en batalla; pero eres el capitán que tus hombres necesitan para que los saques de aquí con vida”. Interesante reclamo desde el siglo XVI para el posmodernismo millenial que habla del liderazgo individual, del triunfo a costa del sacrificio del prójimo, de la fantasía del principado de los #Lords #Gentlemen y #Ladies. Una propuesta quizá imprevista pero que puede ser de verdadera utilidad para las jóvenes generaciones.

@monroyfelipe

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