Por Felipe MONROY |

Quien espere que en este artículo le ponga nombre y apellido a los “incitadores” de los actos de vandalismo tras el ‘gasolinazo’ debe dejar de leer ahora. Esto no les interesa. Este texto no está motivado por los delirios políticos, ni oportunismos ni intereses particulares con los que autoridades y ciertos periodistas dicen “desnudar a los autores intelectuales” que supuestamente fomentaron la rapiña y saqueo que se vivieron la primera semana del año en el marco de un sumamente impopular alza de precios en la gasolina.

¿En realidad es suficiente saber quién es esa ‘mano negra’ que encendió o patrocinó los disturbios? ¿Es que nos hace ser más inteligentes o mejores personas decir que detrás de los saqueos estuvo el partido oficial para desviar la atención de las manifestaciones ciudadanas -legítimas y comprensibles- por las torpes medidas asumidas por el gobierno? ¿Nos vuelve aún más listos y suspicaces el señalar al único opositor visible de las políticas del gobierno como un ‘creador de caos’ útil para sus aspiraciones políticas?

Me atrevo a afirmar que no. Cualquiera de los pensamientos anteriores sólo desvela nuestra propia posición política o ideológica; y revela también lo fácil que es caer en el circo político o mediático de obsesiones anodinas.

Sin embargo, sí hay una verdad detrás de estos actos. Sí hay posibilidad de poner rostro en esos encapuchados. Pero no la encontraremos entre las líneas de complicidad que le endilgan el sambenito al enemigo favorito sino a ras de suelo, en la piel de una sociedad cuyos miembros ceden sin pensar dos veces ante la tentación de las peores expresiones de convivencia como es el abuso y la canallada.

Las primeras imágenes que vi de un centro comercial saqueado fueron de un lugar al que durante más de tres años acudí a hacer despensa. Conozco bien el sitio, es una zona fronteriza entre dos municipios del Estado de México. Junto a miles de vecinos de un fraccionamiento nos tocó padecer un par de años de serias intervenciones en la carretera y en las inmediaciones; las molestias eran muchas pero la inversión de un paso a desnivel prometía bien. Y así fue. Las autoridades estatales cambiaron un semáforo que ya era inoperante por un paso deprimido y un retorno que solucionaron el clásico embotellamiento.

Durante la construcción supe que ninguno de los cientos de jóvenes y adultos desempleados de las colonias adyacentes fue contratado para el trabajo; la mayoría de los obreros provenía de otros estados de la República, obreros que a veces participaban durante meses en estos proyectos de licitaciones del erario público y otros meses migraban a Estados Unidos y otros meses hacían casas de narcotraficantes. Muchos, sin embargo, siempre eran víctimas de contratos abusivos y a veces los veía dormir a los pies del basurero que separa los municipios.

La inversión en la vía pública atrajo otras inversiones: se construyó el centro comercial que tuvo un éxito inmediato, se hicieron dos gasolineras más (ya había otras dos en menos de 500 metros de la carretera) y pronto se continuó aserrando el monte para abrir negocios donde décadas atrás se habían asentado irregularmente miles de familias.

El rostro de la zona cambió, se iluminó, se modernizó, se hizo aceptable para las aspiraciones de los consumidores. Lo que no cambió para mejorar sino que continuó en su espiral descendente de degradación y depresión fue la colonia aledaña. Nacida de un reparto político de tierras, las nula planeación y la improvisación se notan en cada rincón: callejones fortuitos, calles que conducen a barrancas, estrambóticas construcciones que van de residencias con más de mil metros cuadrados a lotes habitados por dolorosos jacales con techo de lámina. La pavimentación es tan irregular que en una misma calle hay asfalto, concreto, empedrado y terracería según lo que los vecinos pudieran ir haciendo o pudieran ir pagando. La iluminación pública consiste en algunos faroles sembrados aleatoriamente, muchos no funcionan desde hace años. Entrar allí por la noche es una aventura que ni los policías desean.

Calles con basura que no espera sino la lenta desintegración natural, hordas de perros famélicos, improvisados letreros de advertencia con tristes faltas ortográficas… Sin embargo, eso no es lo peor. En todo el poliedro no hay suficientes oportunidades educativas, laborales, culturales, éticas o morales. Niños, jóvenes y adultos apenas deambulan entre una escuela primaria o los locales comerciales contrahechos que las familias montan en las accesorias que son también sus hogares o los innumerables servicios que proveen a transportistas como cacharpos, cobradores, vigilantes, veladores, mecánicos, limpiapisos, sacudidores, proveedores de aromatizantes, cigarros, refrescos, droga, etcétera.

El abuso contra menores, ancianos y mujeres muestra índices permanentemente altos. Niñas y adolescentes viven desde abusos hasta embarazos no deseados prácticamente en cada hogar. El desempleo y la deserción escolar es una constante que hace años dejó de preocupar. En toda el área no hay una institución cultural como biblioteca, centro de oficios, artes o esparcimiento, tampoco hay instituciones religiosas o de caridad, apenas templos improvisados con predicadores igualmente inconexos que interpretan alucinantemente textos sagrados.

Nadie que no viva allí tiene nada que hacer allí. Excepto los operadores políticos que cíclicamente amañan votos populares de esa ciudad perdida dejando atrás “un beneficio” como una barda pintada de los colores del partido o unas mantas con el rostro del candidato que terminan siendo ventana, cortina, techo o muro. Como sea, tardan tanto en regresar a cumplir promesas olvidadas que el emblema del partido y los rostros de los políticos terminan decolorados por el sol.

Esas miles de familias, sin embargo, no son ciegas y saben soportar sus penurias tanto como acumular el rencor. Ven pasar los felices e indolente consumidores de lujos en camionetas impagables, no saben que tienen las tarjetas sobregiradas, sólo saben que la pantalla que han comprado el último buen fin fue más grande que la otra pantalla que compraron en el buen fin pasado; saben que los inmensos carritos del supermercado que ponen en sus camionetas llevan más alegría de la que ellos podrían llevar a sus hogares en un año; saben que la ropa de marca de esa clase media que vive apenas cruzando la carretera es la razón del éxito que tienen y no las garras de pacas americanas que cada mes compran en el tianguis de pulgas.

No. No se lamentan de su suerte ni culpan a “la gente que tiene” pero saben que si los otros tienen es porque birlaron a alguien más. Total, así hacen los políticos, los empresarios, los exitosos. De hecho, la clase media y media alta se los dice en la cara mientras les extiende un par de pesitos de propina por ponerles gasolina a sus camionetas, por limpiar los parabrisas o por escrupulosa caridad. “Hay que estar al tiro mi jefe. Hay que chingarle. Para cabrón, cabrón y medio. Estás así por güevón, ponte a trabajar. Pinche vago drogadicto, así no vas a llegar a ningún lado. Esas chavitas están de locas, por eso las empanzonan. ¿Dónde está la moral y las buenas costumbres?”

Durante años los vi recibir la morralla de la superioridad y el desprecio de sus vecinos y los vi impertérritos aceptar indecentes ‘ofertas’ de trabajo precarizante de grandes cadenas de centros comerciales. Por ello, ¿en realidad importa quién o cómo aprovechó ese anarquismo y hartazgo social para animar los saqueos y disturbios? ¿No sería más importante atender todas las razones que sumaron a esta rabia insensata de abusos? Porque -soñemos un rato-, ¿qué sucedería si hubiera un mínimo de acciones sensibles y comprometidas para verdaderamente ayudar al desarrollo integral de estas colonias? ¿Qué sucedería si vieran un ejemplo moral positivo de autoridades y liderazgos? ¿Qué pasaría si las personas “que tienen” mostraran un mínimo respeto de la humanidad y condición de estos vecinos? ¿Entonces sería suficiente que un manipulador (el que sea) les sedujera con las miserias de la corrupción, para animarlos a comportarse así? Quiero pensar que no, me atrevo a creer que no. @monroyfelipe

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