Por Fernando PASCUAL |

Me da miedo este mundo de maldades, de egoísmos, de avaricias, de odios, de placeres desordenados.

Millones de corazones sucumben cada día ante la fuerza de la tentación. Mi propio corazón, tantas veces, ha caído en las redes del pecado.

Por eso te pido, Señor, por mis hermanos y por mí mismo. Para que nos libres del mal, para que nos acojas en el amor, para que vivamos como hijos.

Ayúdanos, Padre, en esta hora de tinieblas y confusiones, donde resulta difícil encontrar esa luz y seguridad que viene de tu Hijo, de su mensaje claro y valiente.

Ayúdanos, Jesucristo, para que nos convirtamos en mensajeros de tu Amor, para que dejemos de pensar en nosotros mismos, para que sirvamos a nuestros hermanos, que son los tuyos.

Ilumínanos, Espíritu Santo, de forma que el Papa, los obispos y los sacerdotes vivan unidos a la vid, enciendan en el mundo el fuego de una fe que mantiene la esperanza y genera el verdadero amor.

Es una oración que te dirigimos desde nuestra pobreza, nuestras soledades, nuestros miedos, nuestras dudas, nuestros pecados. Es una oración de hijos que saben que el Padre no deja de ofrecernos la misericordia desde la cruz de Cristo.

María, Virgen santa, Virgen pura, Virgen humilde: llévanos a la gracia, ayúdanos a salir y a buscar al necesitado, enséñanos a ser pequeños y a abrirnos a la Verdad que salva.

Esta oración sencilla surge, Señor, ante este mundo. Tú nos hiciste por Amor. Tú deseas que Te amemos. No permitas que el maligno destruya tu plan maravilloso sobre cada ser humano.

Vence, Padre, Hijo y Espíritu Santo, con ese fuego purificador que borra el mal del pecado, que genera santos, y que conduce a la vida eterna. Amén.

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