Por Fernando PASCUAL |

 

Es de loar cualquier esfuerzo por dar de comer a los niños malnutridos, por defender a los niños esclavizados, por rescatar a los niños abandonados.

También hay que alabar cualquier esfuerzo por salvar la vida de millones de hijos antes de nacer.

Porque, a pesar de tantos programas mundiales que buscan proteger a la infancia, todavía hoy existe un silencio cómplice en muchos ante la grave injusticia del aborto.

Ese silencio surge a causa de la inconsciencia de quienes no conocen la gravedad de lo que pasa, ni se preocupan por analizar las dimensiones del aborto y las tipologías de las víctimas.

Ese silencio es cómplice cuando, aun conociendo las cifras enormes de los millones de abortos anuales, muchos miran a otra parte y omiten cualquier palabra ante esta situación.

Gracias a Dios, hay miles de voluntarios y personas de buena voluntad que ayudan a las mujeres para que no aborten, y que promueven una cultura en defensa de la vida de los hijos antes de nacer.

En esa cultura vibra también hoy la voz profética de san Juan Pablo II, con sus discursos valientes y con su encíclica “Evangelium vitae”.

Entre las muchas sugerencias de ese documento, que conserva una actualidad sorprendente, están las que se refieren a la promoción de una “cultura de la vida”, en la que se reconozca la dignidad de cada ser humano, especialmente de los más vulnerables.

En palabras del Juan Pablo II, promover un “nuevo estilo de vida implica también pasar de la indiferencia al interés por el otro y del rechazo a su acogida: los demás no son contrincantes de quienes hay que defenderse, sino hermanos y hermanas con quienes se ha de ser solidarios; hay que amarlos por sí mismos; nos enriquecen con su misma presencia” (“Evangelium vitae”, n. 98).

Cada año, millones de hijos no llegan, por culpa del aborto provocado, a ese momento magnífico del parto. Si les damos voz, si defendemos su dignidad, si apoyamos a las madres en dificultad, será posible un cambio cultural que permita a esos hijos participar, con plenos derechos, en la maravillosa aventura de la existencia humana.

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