ESPIRITUALIDAD DEL CINE | Por Luis GARCÍA ORSO, SJ |

Julieta, una mujer de unos 55 años de edad, está a punto de dejar Madrid e irse a vivir a Portugal con su novio; pero en la calle se encuentra por casualidad con Bea, una joven que fue amiga de su hija Antía, de quien Julieta no ha sabido nada en 12 años. Bea dice haberla visto, también de paso, en una visita al Lago Como. Sin más explicaciones, Julieta cancela su compromiso con Lorenzo, se queda en Madrid, de nuevo sola, y comienza a escribir una narración de lo que no pudo contarle a su hija, “por dolor o por pudor”. La narración inicia treinta años antes, cuando en un viaje en tren, ella conoció a Xoan, el pescador gallego con quien hizo su matrimonio y tuvo a su hija Antía.

En ésta su vigésima película, de 2016, Pedro Almodóvar regresa a su muy personal cine de mujeres y de madres, de ausencias y de dolor, en continuidad con sus mejores historias, como Todo sobre mi madre (en 1999) y Volver (en 2006). Con mujeres, madres, hijas, amantes, amigas, como protagonistas indiscutibles, y donde los hombres parecen casi solo una ocasión. El estilo Almodóvar luce evidente desde el inicio en los vivos colores –en que siempre resalta el rojo-, en los encuadres justos y medidos, en el manejo del tiempo y las elipsis. Pero en esta historia, el director evita toda frase ingeniosa o irónica, no hay canciones que vayan subrayando el momento dramático, tampoco personajes extravagantes. Julieta es una historia contada en voz baja, con pudor, sin dramatismos; con el dolor guardado por una madre, en la intimidad y en la soledad, ante la ausencia y el abandono de una hija. Y es el silencio –título original del filme- que pesa, ahoga, va acabando con la vida. El guion está basado en tres cuentos de la premio Nobel de 2013, Alice Munro, recogidos en el libro Runaway (Escapada).

Emma Suárez y Adriana Ugarte, dos actrices igualmente bellas y talentosas, encarnan esta Julieta que ha de enfrentar -muy calladamente- el dolor, el abandono, el silencio y la muerte, que visitan la vida como sin querer, sin avisar, de sorpresa, y la desarman, y nos desarman. Y ese silencio que nos hunde por no saber qué decir y cómo decirlo ante una persona que necesita una palabra, un gesto de comprensión, una señal de reconciliación, un encuentro de persona a persona. Después, por desgracia, silencio o palabras se convierten en el peso de una culpa que siempre se carga.

Para cerrar su historia, a Almodóvar le basta un minuto último de narración y una canción en los créditos finales: Si no te vas, de Cuco Sánchez, en la voz de Chavela Vargas: “Si tú te vas, se va a acabar mi mundo, el mundo donde solo existes tú. No te vayas. No quiero que te vayas. Porque si tú te vas, en ese mismo instante, muero yo”. Necesitamos hablar (Hable con ella), volver (Volver), reencontrarnos, comprender que las personas nos hacemos tanta falta.

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