AGENDA INTERNACIONAL | Por Georg EICKHOFF |

La Unión Europea cumplió 60 años, el pasado 25 de marzo. Había nacido en Roma, con los “Tratados de Roma” de 1957. Muy apropiadamente, la fiesta de cumpleaños se celebró no solamente en Roma, como era de esperar, sino en el Vaticano con un gran discurso del Papa Francisco.

Cuando se creó, hace 60 años, el inicio de lo que hoy se llama Unión Europea fue conformado por seis países: Francia, Alemania, Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. La comunidad creció hasta los 28 estados miembros que tiene hoy. Su población actual sobrepasa los 510 millones de personas.

Su capital administrativa es Bruselas. Sus capitales fácticas, en muchos aspectos, son París y Berlín, representando los dos países más poblados que al mismo tiempo han sido los motores de la Unión, desde sus inicios. Pero la capital ideal de la Unión Europea es Roma, como bien lo recordó Francisco en su manifiesto europeista que pronunció, el pasado 24 de marzo, ante los jefes de estado de la Unión y los máximos representantes de la misma.

Dijo Francisco, citando algunos de los prohombres de la Europa moderna y esencialmente romana: “El origen de la idea de Europa es la figura y la responsabilidad de la persona humana con su fermento de fraternidad evangélica, con su deseo de verdad y de justicia que se ha aquilatado a través de una experiencia milenaria. Roma, con su vocación de universalidad, es el símbolo de esa experiencia y por eso fue elegida como el lugar de la firma de los Tratados, porque aquí se sentaron las bases políticas, jurídicas y sociales de nuestra civilización.” El Papa argentino da más fuerza, más credibilidad y más actualidad al universalismo de Roma que se nutre tanto de las ideas civilizatorias de la república y del imperio romanos como de la Iglesia Católica y precisamente de la Unión Europea.

Fueron grandes católicos que entendieron el europeísmo de la posguerra como la actualización adecuada del espíritu humanista y universalista de Roma. Entre ellos estaban el alemán Konrad Adenauer (1876-1967) y el francés de raíces alemanas Robert Schuman (1886-1963). La diócesis de Metz, que, en distintos tiempos de su historia perteneció a Francia y a Alemania, promueve, desde 2004, la beatificación de su hijo, el Siervo de Dios Robert Schuman quien en su juventud pensaba ser benedictino y, como político, cuidaba siempre un estilo muy suyo de humildad y pobreza.

El ideal de santidad personal de Schuman quizás no movía nunca, ni moverá jamás, grandes masas, lo cual no le resta ni lo más mínimo de su relevancia. Pero su gran idea europea conquistó las cabezas y los corazones de la mayoría de los jóvenes europeos, hasta en el Reino Unido el cual saldrá de la Unión Europea, pero en contra de la voluntad de sus jóvenes quienes, el año pasado, votaron mayoritariamente a favor de pertenecer en la Unión Europea.

Una reciente encuesta de la Fundación Bertelsmann (Alemania), realizada en seis países centroeuropeos (Alemania, Austria, Polonia, Eslovaquia, Chequia, Hungría), mostró que un 77% de sus jóvenes de 15 a 24 años están a favor de la membrecía de su país en la Unión Europea. En Alemania son 87%, el valor más alto. La Unión Europea es una gigantesca muestra práctica de que el universalismo de lo romano y católico siempre tuvo un significado más allá del ideal de santidad personal que inspiraba a un Robert Schuman, por ejemplo, ideal que, sin embargo, forma el núcleo vital de un catolicismo universal.

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