Por José Francisco GONZÁLEZ GONZÁLEZ, Obispo de Campeche |
El texto bíblico, que nos transmite el acontecimiento de Pentecostés, es Hechos de los Apóstoles 2,1-11. Allí, Lucas, el autor, pone los elementos de este extraordinario e importante momento de la Iglesia. Podemos bien afirmar que Pentecostés es la fiesta de la Nueva Alianza.
¿Por qué la fiesta de la Nueva Alianza? Porque Pentecostés está para confirmar la extensión del pacto de Dios con Israel a todos los pueblos de la tierra. Es el nacimiento de la Iglesia, con sus notas características: católica y universal. Y si en la experiencia de Babel, la confusión de las lenguas indica la división de los pueblos. En Pentecostés, el Espíritu Santo vivificador unifica a todos los pueblos dispersos en los distintos continentes, para hacer de la fe en Dios, una unidad admirable.
¿Cuál fue la condición para que viniera el Espíritu Santo sobre los Apóstoles? Una muy simple de enunciar y de entender, si bien, no tan fácil de vivir: que estuvieran juntos, no obstante sus incertezas y miedos. De esa manera, Dios mismo les dará el don divino del Espíritu Santo santificador.
El papa Benedicto XVI observa, con su habitual agudeza, que esa condición básica de la concordia humana ha sido fruto de la oración prolongada. Así mismo, la eficacia misionera de los discípulos no va a depender directamente de la esmerada programación y de su sucesiva aplicación inteligente, sino más bien de la presencia y actuación del Espíritu en medio de la comunidad orante. El verdadero protagonista de la misión de la Iglesia es el Espíritu Santo.
San Lucas, al escribir que el Espíritu Santo llegó como en “lenguas de fuego” (Hech 2,3) alude a la manifestación de Dios en el Sinaí, origen de la alianza con Israel. Pero en esta Nueva Alianza se supera toda frontera de raza, cultura, espacio y tiempo.
El orgullo y el egoísmo del hombre siempre crean muros, divisiones, indiferencias, violencia. El Espíritu Santo, por el contrario, capacita los corazones para comprender las lenguas de todos, porque reconstruye el puente de la auténtica comunicación entre la tierra y el cielo. El Espíritu Santo es el amor.
ESPIRITU SANTO, DESCIENDE EN CADA MISA
El Espíritu Santo es el poder de la vida de Dios. Es el poder del mismo Espíritu que se cernía sobre las aguas en el alba de la creación y que, en la plenitud de los tiempos, rescató a Jesús de la muerte, como lo predica san Pablo a los Romanos.
La grande e importante misión de la venida del Espíritu, Pentecostés, es conducirnos hacia la llegada del Reino de Dios. Estamos ante una nueva creación, pues con la llegada del Espíritu se abren horizontes nuevos para toda la humanidad (cf. Lc 4,21).
Hay una parte de la Misa, que se llama, en griego, “epiclesis”; es decir, es la invocación del Espíritu Santo sobre las ofrendas puestas en el altar (pan y vino). Con esa invocación solemne de la Plegaria Eucarística, pedimos a Dios Padre, que el Espíritu transforme, no sólo los dones del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre del Señor, sino que nos cambie también a nosotros, a fin de que, con su fuerza, seamos un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo.
Hoy que celebramos Pentecostés, pedimos que no sólo sea un acontecimiento del pasado, sino que acontezca también hoy. Es por eso, que pedimos a Dios que recree, de nuevo, a su Iglesia y al mundo.
Finalmente, expresamos nuestras condolencias al padre José Luis Canto Sosa y a su familia por el fallecimiento, en Calkiní, de su papá, Adalberto Canto Gutiérrez.
¡Renueva, Señor, nuestra vida!