AGENDA INTERNACIONAL | Por Georg EICKHOFF |

Amigo lector, amiga lectora, supongo que eres mexicano o mexicana o que vienes de otro país, como yo, que soy alemán, pero que todos amamos a México. Quiero aprovechar esta columna para contarte un momento de epifanía política que pasó en mi país Alemania, el pasado domingo 28 de mayo. Para contártelo quiero primero narrar un momento de epifanía mexicana que me pasó el mismo día, a pocas horas de diferencia, en Guadalajara.

Después de ir a misa en el Templo Expiatorio, fuimos a comer barbacoa en la bella Plaza de las 9 Esquinas. Tocaron los mariachis lo cual nos inspiró a buscar un tequila como «postre» en la cantina que queda a pocos metros, en la décima esquina, para así decirlo. Por la ventana de la cantina vimos la venta de pitaya de mayo en la placita. Esto llegó a ser nuestro verdadero postre. Abrir la pitaya, ver el rojo intenso de la pulpa y morderlo, esto fue mi momento de epifanía mexicana.

Pocas horas antes, en Múnich, había acontecido un momento de epifanía alemana que, desde entonces, fue comentado en los grandes periódicos del mundo. Angela Merkel había hablado en un acto político, entre cervezas y salchichas.

Una epifanía es cuando aflora y se expresa una profunda identidad. Así fue en la carpa festiva en Múnich donde la identidad alemana se expresó tanto en las palabras como en las salchichas y cervezas. Merkel dijo, y esto fue lo que desencadenó una avalancha de comentarios a escala global, que Europa ya se tenía que valer por sí mismo porque sus antiguos aliados la estaban abandonando.

Fue su comentario sobre el desastroso primer viaje de Donald Trump a Europa. Su prepotencia se había expresado, simbólicamente, al empujar el Presidente de Montenegro a un lado y, sustancialmente, al negarse a reafirmar el Pacto de París contra el cambio climático, el cual el Papa Francisco había promovido con su encíclica Laudato sí. En el Vaticano, había acontecido, días antes, otra epifanía, la de la personalidad ética y política del Papa Francisco, manifestada en su cara de velorio cuando le tomaron la foto al lado de Trump.

Las expresiones de Merkel, entre salchichas y cervezas, fueron comentadas como poco menos que el día cero de un nuevo orden mundial.

Alemania se revela como nuevo poder europeo y mundial que se libera de setenta años de tutela. «Y por ello solo puedo decir que nosotros, los europeos, debemos ser los dueños de nuestro propio destino», dijo Merkel.

Fue un acto de campaña electoral. En Múnich y en toda Baviera, las campañas electorales toman, de vez en cuando, la forma de una fiesta folclórica y se convierten en una epifanía de identidades políticas profundas. La identidad se expresa entonces en un fuerte rechazo contra algo, en esto caso, en el rechazo contra Trump. No tengo dudas de que el rechazo contra Trump le ayudará a Merkel a ganar su elección en septiembre.

De la misma manera fue un rechazo que le ayudó, el año pasado, a Trump a ganar su elección. Un rechazo contra los migrantes mexicanos y otros. Una epifanía de la identidad profunda de una sociedad racista.

Ahora, la pregunta es si en algún lugar de México pasará algo parecido a lo que pasó en Múnich, si alguien convierte el rechazo contra Trump en un momento de redefinición de la identidad política de México, en una epifanía mexicana.

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