Por Antonio MAZA PEREDA |
En el principio, todo era confusión y caos, inicia el relato bíblico de la creación. Y algo así es lo que muchos ven en México, de cara a las elecciones del 2018. Una clase política que no puede ponerse de acuerdo ni entre sus mismos seguidores, no digamos con la ciudadanía. En el país predominan la impunidad y la incapacidad de gobernar. Desilusión de la ciudadanía, que lleva a muchos a un profundo cinismo, a no creer en nada ni nadie. Y otros, a poner sus esperanzas en soluciones demagógicas, aparentemente fáciles, aunque no resistan el análisis de la lógica. Muchos, probablemente los que más necesitamos, los de más empuje, buscando la emigración. En todos los niveles sociales y educativos. Obscuridad. Confusión y caos.
Pero, creo yo, esto es solo una etapa. Probablemente necesitamos de esta situación para sacudirnos y tomar decisiones, como ciudadanos. Precisamente porque es claro que no podemos seguir así y porque es claro que poco podemos esperar de los partidos políticos. Ya ha llegado la hora de la ciudadanía. Pero, como dice el Papa Francisco sobre otro tema, el reloj está parado. Pero no por mucho tiempo.
Se dice que nunca es tan obscuro como cuando se acerca la aurora. Y los primeros síntomas están ahí. La inconformidad de la mayoría contrasta con la indiferencia y la dejadez de hace unos pocos años sobre los asuntos públicos. Ahora opinamos y mucho, no siempre con sabiduría. Pero lo hacemos. Antes no opinábamos, no analizábamos: contábamos chistes y nos refugiábamos en el famoso dicho: “¡Que se va a hacer!”, para pasar a continuación a otros temas más amables. Como un enfermo, tenemos fuertes reacciones. Es como si padeciéramos de fiebre. Claro, nos preocupa. Pero esa fiebre, esa reacción es una señal de que el organismo social está reaccionando al mal, combatiendo la infección y poniendo un remedio. Remedio doloroso, molesto, pero que nos está sanando.
Es claro que la solución no nos va a llegar de otros. Que no vamos a encontrar “recetas”, soluciones prefabricadas e infalibles. Que las tenemos que fabricar entre todos: no solo las elites, los “mexicanos de excepción” como les dicen pomposamente a algunos. Todos tenemos un papel: en hacer preguntas, en señalar problemas, en proponer opciones, en ver ventajas y desventajas de las mismas, en validar las soluciones y en vigilar su cumplimiento. En pocas palabras: asumir nuestra ciudadanía, con todas sus ventajas y sus costos. Aprender a exigir y a ejercer nuestro lugar de mandantes. Interesarnos. Participar. Difundir. Crear verdadera opinión pública, no la opinión publicada, que es lo que hoy tenemos y que con mucha frecuencia nos ha manipulado, engañado y traicionado. ¡Nunca más!
Si lo logramos, si logramos construir y recuperar el poder de los sin poder, toda esta etapa de oscuridad, confusión y caos habrá valido la pena. Porque si la clase política hubiera cumplido un poco con su obligación, probablemente nos hubiéramos conformado y no estaríamos pensando en cómo reconstruir una ciudadanía plena, actuante, informada y militante, que es lo que nos hace muchísima falta.