Por Mónica MUÑOZ |

Es impresionante ver congregados a miles de jóvenes en cualquier evento, hecho que habla de un país también joven, cuya fuerza tanto laboral como generacional, estará en sus manos en el futuro próximo. Esto, en un país de más de 119 millones de habitantes, es algo alentador, si se compara con las tristes cifras que vive Europa, donde la población es en su mayoría adulta y anciana, lo que representará muy pronto la pérdida de sus actividades principales si no hay gente joven que los supla.  Bien dicen que la mayor riqueza de un país es su gente.

Tan sólo en México, en 2015 teníamos 37.5 millones de jóvenes de entre 15 y 29 años.  En cuanto a niños, la cifra también es esperanzadora, más de 39.2 millones de 0 a14 años, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía  (INEGI).  A pesar de que el índice de natalidad ha disminuido significativamente,  pues ahora lo más que las parejas desean tener son uno o dos hijos, lo que hace veinte años eran tres o cuatro y si nos vamos más atrás, recordaremos que hace sesenta años los matrimonios tenían de cinco hijos para arriba.  Por eso digo, a pesar de que la tasa de natalidad ha aminorado considerablemente.

Por supuesto, tales números deberían llenarnos de contento, porque nuestro porvenir estaría asegurado, sin embargo, otras cifras vienen a amargar la felicidad: 6 millones de NINIS (Ni estudian ni trabajan), 6.5 millones de niños y 6.5 millones de  adolescentes que no van a la escuela, 2.5 millones de niños y adolescentes que trabajan, 21.4 millones de menores de 18 años que viven en pobreza y miles que sufren abusos o han desaparecido.

El panorama se ensombrece y es cuando me pregunto: ¿qué hace el resto de la población, que es adulta, para mejorar las condiciones de vida de aquellos que heredarán nuestra hermosa nación?  Claro que la respuesta es compleja.  Definitivamente, se trata de un tema en que las opiniones abundarían si lo subiera a alguna red social, porque lo que sobran son voces, pero cuando se trata de poner remedio, entonces se esfuman todas las buenas intenciones.

Por eso, quiero destacar un punto que llamó mi atención, respecto a que es emocionante ver congregados a miles de jóvenes en un mismo evento, pero a la vez, resulta alarmante, porque estas nuevas generaciones, a pesar de las ventajas tecnológicas con las que han crecido, tienen muchas carencias y, paradójicamente, se debe a esas mismas ventajas.

En un enorme lugar, pude observar a un conferencista desgañitándose ante una audiencia que, sin respeto alguno, lo ignoraba de muchos modos: hablando, consultando el celular, saliendo del recinto, caminado de un lugar a otro o simplemente poniendo cara de aburrimiento.  Debo puntualizar que el orador es una persona con mucha experiencia y domina muy bien el arte de dirigirse al respetable público, aquí lo que salió defectuosa fue la juventud de los participantes. Y lo digo sin ánimo de ofender. Resulta que nuestros jóvenes ya no tienen la capacidad de prestar atención por más de diez minutos a quien les hable de cualquier tema, oyen pero no escuchan; si no es a través de un video o música estridente, difícilmente se tendrá éxito para conseguir una respuesta satisfactoria.  Y peor aún, si no hay tecnología de por medio, es casi seguro que se perderá el tiempo con ellos.

Aquí tocaré otro punto doloroso: nuestra juventud ha crecido demasiado consentida por sus padres. Entiendo que muchos progenitores hayan tenido que salir a trabajar para dar una vida más digna a sus hijos, sacrificando a la familia para lograrlo.  Muchos son chicos de guardería o en el mejor de los casos, han pasado su primera infancia al cuidado de parientes cercanos, lo que deriva en sentimientos de abandono por parte de los hijos y de culpa por los padres, que no encuentran un mejor modo de compensarlos que comprándoles cuanto objeto les piden,  por eso, a temprana edad vemos niños con tabletas electrónicas o celulares inteligentes que les roba la atención, provocando en ellos un severo daño físico y mental, pues dependen tanto de esos dispositivos que llega a convertirse en adicción, circunstancia que, muchas veces, pasa desapercibida para los padres.

De la misma manera, la dependencia económica y emocional ha aumentado.  Cuando los jóvenes se dan cuenta que con un berrinche consiguen lo que quieren, prolongan la adolescencia y dejan para después la responsabilidad.  Conozco casos donde los padres de familia siguen manteniendo a sus hijos, a pesar de haber cumplido treinta años. Y me refiero a mantener en todo aspecto: casa, coche, celular, dinero, fiestas, viajes y hasta novia, con el pretexto de que el joven o la señorita aún están estudiando.

Y no sólo ocurre en las esferas sociales más acomodadas.  Veo con frecuencia jóvenes que entran a trabajar y que a los pocos días dejan el empleo porque no les satisface. En algunos establecimientos he visto letreros donde se prohíbe a los trabajadores tener celular porque la distracción que les causa se traduce en pérdidas.  ¿A quién debemos culpar de esta situación? Creo que los adultos debemos ayudar a los jóvenes a entender que deben tomar las riendas de sus vidas, porque los papás no son eternos y no siempre podrán sacarlos de sus  problemas.  Desde pequeños, hay que enseñar a los niños a llevar orden en su vida y actividades, asimismo grandes y chicos debemos poner límites a los aparatos que nos distraen y regresar a la sana convivencia sin dispositivos de por medio, por respeto a nosotros mismos y a los demás. Rescatemos la comunicación cara a cara y trabajemos para que las relaciones humanas vuelvan a ser cordiales y fraternas, constructoras de una sociedad justa y amable.

 

 

 

 

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